San Mateo 11, 20-24:
Miró dentro, y encontró un niño llorando
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Ex 2,1-15a; Sal 68; Mt 11,20-24

La historia de Moisés es central en la comprensión que de sí mismo tiene el pueblo de Israel. Una historia peculiar que viene dirigida por el Señor desde su mismo nacimiento. Israelita, pero educado en los más altos lugares del imperio faraónico. No es un iletrado. Es un hombre que puede alcanzar altas cotas de poder en Egipto, como José. Debía haber muerto, asesinado, al nacer, pero su madre se jugó la vida con él y lo entregó al Nilo en una cesta de mimbre embadurnada de barro. Porque el Señor lo ha elegido para que camine por sendas insospechadas, tanto para él como para el lector de su vida que nos narra el libro del Éxodo. Podría decirse que él es el personaje central y más importante de ese pueblo que Dios se ha elegido y que se inició con la elección de Abrahán y la promesa a su descendencia; descendencia carnal, pues nosotros los cristianos, no lo olvidemos, somos descendientes en la fe, lo que cambia las cosas de modo radical. Las vicisitudes de ese pueblo, que ha ido creciendo hasta hacerse numeroso, aunque llevado por sendas muy particulares, la historia de José y sus hermanos nos lo ha hecho patente. Pues bien, este nuevo personaje, esencial, y al que vamos a ir viendo en sus diferentes vicisitudes, que según va llegando su historia difícilmente podrían hacernos adivinar el papel asombroso que va a tener. Llegará a tratar con su Dios, y nuestro Dios, como un amigo habla con su amigo, de modo que el pueblo elegido llegue a saber, de la mano del primero y más importante de sus profetas, en qué se concreta para siempre la alianza de Dios, el Dios fuerte, creador de cielo y tierra, con ese pueblo que en Abrahán se ha elegido, pero al que todavía le faltan dos cosas esenciales: el asentarse en la tierra prometida, que abandonó, sabemos las circunstancias, en la historia de José, y la configuración que le dará la Ley, con el significado profundamente religioso que esta ha de tener para su pueblo. La Ley, sí, se proclamará por su mano, pero, en cambio, morirá sin entrar en aquella tierra, viéndola solo desde la altura del monte. Pues bien, las circunstancias en que se encuentra como defensor vengativo de los suyos, serán las que aproveche el Señor para llevarle por caminos del todo insospechados para él, y para nosotros los incipientes lectores de su historia.

¿Qué haremos nosotros? Porque también ha venido a nuestra casa, a nuestras calles y a nuestra vida pidiéndonos que nos convirtamos de nuestros pecados, pero como las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, no le hemos hecho caso alguno. Él es el nuevo Moisés, el profeta enviado de parte de Dios, para que le sigamos por los caminos que él nos marque, constituyendo de este modo el nuevo pueblo de la Alianza, pero nosotros, como tantos que hemos de ir viendo en la historia de Moisés, preferimos lo nuestro, adoraremos a nuestros ídolos, nos quedaremos con Mamón, el Dios dinero. Así, ¿qué acontecerá con nosotros el día del juicio? Seremos destruidos peor que Sodoma, nos comerá el fuego, como a Gomorra. ¿Cómo podremos salvarnos? Acercándonos al nuevo Moisés; buscando humildes al Señor, sabiendo que él hará vivir nuestro corazón. Sabiendo que somos pobres malheridos, pero que su salvación nos viene por Cristo Jesús. Porque el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos.

Seguir los pasos del nuevo Moisés, tal es nuestra esperanza.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid