San Mateo 12, 1-8:
Cuando vea la sangre, pasaré de largo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Ex 11,10-12.14; Sal 115; Mt 12,1-8

Noche de Pascua, el paso del Señor. El pueblo elegido come el cordero pascual, cordero sin mancha, al que no ha roto un solo hueso, y con su sangre rocía las dos jambas y el dintel de la casa en donde se han reunido. Esa noche, dice el Señor, haré justicia de todos los dioses de Egipto. El ángel exterminador cuando vea vuestra señal de sangre, pasará de largo. Noche memorable, fiesta del Señor.

Noche de Pascua, ¿qué tiene esto que ver con nosotros? También nosotros celebramos la cena pascual. También nosotros inmolamos en ella el cordero Pascual, el mismo Cristo Jesús. También nosotros, en el pan y el vino que comemos en esta cena, celebramos el sacrifico de nuestra salvación. Cordero inmolado al que no se le ha roto ni un solo hueso. Cordero sin defecto. Cordero que quita el pecado del mundo. Cordero que nos libera de todos los dioses que nos circundan y que quieren arrebatarnos. Noche de pascua en la que también nosotros iniciamos el camino por el que nos lleva el Señor. Porque el cordero es quien nos guía, es nuestro nuevo Moisés. Él es quien liberándonos de todo pecado, por su muerte para nosotros, nos señala nuestro camina en una vida sin pecado que nos conduce a la vida eterna. Noche de alegría en la que cantamos la culpa feliz que nos proporcionó un tal Señor. Noche en la que se recrea el mundo, el cual había sido creado al comienzo del Génesis. Mundo, ahora, en el que todo es nuevo. En el que adoramos el cordero pascual que se nos ofrece en la visión gigantesca y bellísima del Apocalipsis. Noche en la que el pan y el vino que se nos donan son el cuerpo y la sangre del Cordero, el alimento de nuestra vida. El pan y el vino que nos conducen a la vida eterna por la sangre de su cruz. Agua y sangre que prefiguran los sacramentos de la Iglesia.

Uf, la visión se nos ha ido a lo nuestro; a ese momento en que celebramos la pascua del Señor. Porque, con el salmo, alzaremos la copa de la salvación invocando su nombre. Nosotros no moriremos, pues nuestras jambas están marcadas con su sangre. Es verdad que al Señor Dios le cuesta la muerte de su Fiel, pero ella ha roto nuestras cadenas, haciéndonos a nosotros sus seguidores, quienes nos alimentamos de su cuerpo y de su sangre, ovejas de su rebaño que seguimos su camino y habitamos sus apriscos, gracias a su Espíritu que llega a nosotros.

Uf, repito, hemos vivido una visión, Visión gigantesca y maravillosa. Hemos contemplado al Cordero que quita el pecado del mundo inmolado en su altar, y de él salta sangre y agua.

Porque nuestro Señor lo es del sábado. Y el Señor del sábado es el mismo Dios que creó cielos y tierra, descansando de su obra el séptimo día. Que así sea es signo indeleble de que Jesús, nuestro Jesús, es el Hijo de Dios. Que es Dios. No porque pueda hacer esto y lo otro en el día del descanso, superando lo que otros Maestros fariseos permitían; adoptando, simplemente, reglas morales más humanas. Eso es demasiado poco. Es Señor del sábado porque es el Señor de la nueva creación. La creación redimida. La creación que espera con gemidos la llegada del Espíritu. Porque este hombre que se ofrece por y para nosotros con su sangre, es el Hijo de Dios. También él es Yo-soy.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid