San Mateo 13, 44-46:
Las llaves dentro

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Volví ayer de hacer la compra y utilicé un coche de uno de mis hermanos, que está en Estados Unidos, para moverlo un poco. Con tanta bolsa de chucherías para los niños, se me caía una, se resbalaba otra…, hasta que lo acomodé todo, cerré el maletero…, y me di cuenta que me había dejado las llaves dentro. Tan hermosas están en la bandeja del maletero, solitas ellas, y tan inalcanzables. Tendré que buscar un duplicado o a un ladrón de coches para abrirlo y recuperar las benditas llaves. Se le queda a uno cara de tonto (más de lo habitual), cuando le pasan estas cosas, al menos tengo un año por delante para solucionarlo, hasta que vuelva mi hermano (que espero no lea estos comentarios). Para un manazas como yo, esto de la llave detrás del cristal es algo que te queda tan cerca y tan lejos, a la vista y a la vez inalcanzable.

“El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.” Esa búsqueda del tesoro es como las llaves dentro del coche, está ahí, pero muchas veces no lo alcanzamos. Para encontrar ese tesoro escondido hemos recibido el plano completo, la hoja de ruta, nos han enseñado el camino, han abierto el cofre, nos han enseñado su contenido… y todavía no nos atrevemos a comprar el campo. Cualquiera que haya tenido momentos en su vida de más cercanía con Dios, que haya vivido un tiempo cerca del Señor, se da cuenta que está mucho más “ligero” para rezar, para vivir la caridad, para pensar en los otros, para sonreír. Tenemos la cara radiante, como la de Moisés. Sin embargo, empezamos a pensar en ese campo que sólo tiene piedras y cardos y ningún tesoro escondido. Le damos vueltas porque nos parece que está más cerca de casa, que no vamos a destacar, que no nos meteremos en problemas… y nos olvidamos del campo del tesoro escondido. Volvemos a nuestra perez, nuestra apatía, nuestra tristeza, nos cuesta más trabajo rezar, nos volveos más cómodos, la caridad se enfría… y venga a darle vueltas a nuestro campo de cardos. El tesoro nos parece inalcanzable, pero está al otro lado del cristal, Cristo nos ha abierto el camino y simplemente hay que decir sí. Puede parecer muy complicado, pero es tremendamente sencillo. Normalmente, una vez que se descubre la verdadera alegría ya no se suelta, lo que pasa es que muchas veces nos contentamos con pequeñas alegrías.

La Virgen nos ayudará a recorrer el camino del tesoro y a decidirnos a venderlo todo y comprar el campo. Las llaves están dentro… al menos sé dónde están.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid