San Mateo 14, 13-21:
Dadles vosotros de comer
 
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Jesús se retira a un lugar tranquilo y apartado pero, una vez más, el gentío le está esperando y él siente lástima de ellos. La acción de Jesús, que cura a los enfermos, nos enseña a redimensionar todo nuestro tiempo. Ni el merecido descanso, ni el hecho de que acaba de conocer la muerte de Juan Bautista, son utilizados por Él como excusa para desentenderse del hombre que lo necesita. Así nos muestra también la orientación que ha de tener toda nuestra vida cristiana. El amor se muestra como la norma suprema desde la que se reinterpreta todo nuestro quehacer. Hay una inmediatez en el actuar del Señor que indica la inclinación de su corazón a obrar siempre el bien.

Cuando oscurece los discípulos creen encontrar una excusa: “Estamos en despoblado y es muy tarde; despide a la multitud”. De múltiples formas ese argumento puede presentarse ante nosotros en situaciones análogas. Pero Jesús lo cambia y les dice a los discípulos que sean ellos quienes les den de comer. Él ha dado ejemplo con su disponibilidad y es como si nos dijera: “Ahora, aplicad lo que habéis visto”. La vida cristiana tiene ese doble aspecto de mirar al Señor y después mirar a quienes nos rodean con su misma mirada. Jesús invita a sus discípulos a ejercer la misma compasión que Él ha demostrados. El mandato: “Dadles vosotros de comer” implica, en ese momento, y en tantos otros, que Dios cuenta con nosotros para socorrer al hombre necesitado, aunque no dispongamos de nada.

Hace poco hablaba con una enfermera que continuamente se encuentra con padres de niños gravemente enfermos. Me hablaba de una niña de dos años que quedará muy dañada para toda la vida. Quizás ni siquiera sea capaz de conocer ni de ingerir alimento por sí misma. Me hablaba de sus padres, desolados por la planta del hospital, y de cómo todos los regían porque no sabían que decirles. Hasta que dieron con ella y les volcaron su amargura y desesperación. Ella me contaba: “Yo no sabía qué decirles”. La misma impotencia de los apóstoles ante la multitud hambrienta. Pero aquellos padres quedaron consolados, al igual que la gente comió y satisfizo su apetito. Porque los apóstoles, como esa enfermera y como tantos hombres a lo largo de la historia junto a su nada tienen el poder de Jesucristo.

Si Jesús nos manda dar de comer, y continuamente nos encontramos con esa petición, es porque el pan que Él da, es el único capaz de satisfacer los anhelos del corazón humano. Es un pan gratuito, como señala Isaías en la primera lectura, que no se puede comprar en ningún sitio. Nos ha de ser regalado. De modo singular lo recibimos en el sacramento de la Eucaristía. Y sus efectos no se quedan en nosotros, sino que nos llevan a derramar la gracia de Dios en nuestra compasión hacia los demás. Damos de la plenitud que hemos recibido. Por eso en la Iglesia no deja de prodigarse una compasión sin medida, muchas veces mediante la escasez de medios. También nosotros, que recibimos de esa generosidad divina lo único que puede satisfacernos, estamos llamados a dar más de lo que nos es posible. Para eso hemos de estar donde Dios nos pone, aprendiendo continuamente del Señor, de la grandeza de su corazón, y aplicando en nuestra vida lo que hemos visto.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid