San Lucas 6, 20-26: Aspiraciones
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Un número. He pasado a ser un número. Tras cuatro años atendiendo un centro de reclusión de menores, ayer al salir me dijeron: ¡Eh, que a partir de ahora eres el 374! (no es ese el número, pero es que no me acuerdo). No soy yo sólo (gracias a Dios). Todos, desde empleados de limpieza, a educadores, a guardias, al director, hemos pasado a ser un número. Por orden está bien, no tienen que saberse el dni de todos los que trabajamos allí, pero es muy triste acabar siendo un simple número. Uno en su vida tiene aspiraciones a algo más. ¡Cuántos se pasan la vida esperando títulos, cargos y honores! Y cuando no llegan pasan a engrosar el número de los frustrados.Es bueno el tener aspiraciones, pero es bien cierto que uno suele aspirara a algo mejor, no suele querer ir hacia atrás. El pobre aspira a tener algo, el alto a ser más bajo (los bajitos somos mejores), el hambriento aspira a tener alimento y el sobrealimentado a ir al baño. Si el rico aspira a ser algo más pobre es por ser más libre. Siempre aspiramos a ser algo más, no a ser un número.

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”

Escuchamos hoy las bienaventuranzas del Evangelio de San Lucas. “Nuestra recompensa será grande en el cielo”. Durante muchos años de teología, mezclada con psicología y sociología, y ese grupúsculo de ideas que se llaman teología de nosequé (en nosequé entiendase “liberación” “inculturación” “femenina” “de base al cuadrado” etc), parece que nos ha dado a los católicos cierta vergüenza de decir que nuestra aspiración es el cielo. Hemos hablado de ser felices, de implantar el reino, de realización personal y de un montón de cosas más… y se nos ha olvidado el cielo. No sé cómo será el cielo: ni ojo vio, ni oído oyó; pero desde luego mejor de lo que yo pusiese aspirar nunca. Por el cielo vale la pena dar la vida, entregarla, perderla en el anonimato más completo excepto para Dios. “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.” La gratuidad no se contradice con esta idea. Nos entregamos a Cristo gratuitamente, por puro amor, pero sabiendo que Dios es buen pagador. Además al cielo nunca se va solo y uno entrega gratis lo que gratis ha recibido.

Para los que no piensan en el cielo llegarán los “ayes” por haber aspirado a tan poco, tan sólo querían dinero, o alimentarse bien, o unas risas o un poco de fama efímera.

Nuestra Madre la Virgen nos enseña un anticipo del cielo, fija los ojos en ella y completemos la carrera, número 316.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid