San Mateo 9,9-13: San Mateo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Hoy celebramos la fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista. Leemos su encuentro con la Buena noticia, que después él recibirá el encargo de transmitir. El cristianismo sigue siempre este mismo proceso: anunciamos lo que hemos vivido; predicamos la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros. Por eso el testimonio cristiano es algo vivo: hablamos de lo que hemos visto y oído.

Dios llama a cada uno en su momento. Por eso no llama a Mateo cuando llama a Juan, Andrés, Pedro o Santiago. El Señor escoge el momento y la manera más adecuada para cada cual. Y cuando nos invita lo hace entrando en nuestra casa. Aquí la casa se refiere al comedor. Jesús entra en casa de Mateo, como también en la de Zaqueo, en la de Lázaro y sus hermanos, en la de Pedro… Dios se acerca a nosotros para que no tengamos miedo de estar junto a Él. Viene a nuestra miseria y se acomoda. Por eso Jesús, como leemos en el Evangelio de hoy, banquetea alegremente con los amigos de Mateo. Ha venido a salvarlo y no puede hacerlo sin encontrarse con Mateo en su vida real. O se inventaba otro Mateo, o se acercaba a otra persona o iba con Mateo tal y como era. Lo mismo hace con cada uno de nosotros. Primero se sienta a nuestra mesa. Después él nos invita a sentarnos en la suya.

Porque Mateo, y nosotros igual que él, será invitado a participar de la Última Cena, en la que se instituye el sacramento de la Eucaristía. A partir de ese momento serán muchas las veces en que el antiguo publicano compartirá la mesa con el que es Dios y hombre. Jesús se sienta en la mesa de nuestra humanidad para comunicarnos su divinidad. Por eso la casa de Mateo es también signo de la Iglesia, en la que Jesús permanece rodeado de publicanos y pecadores. Es algo que siempre me ha causado honda admiración. ¿Por qué Jesús escoge esta compañía que, sin duda y como comprobamos a menudo, lo compromete?

La respuesta la da el mismo Jesús: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Porque el “escándalo”, que es farisaico, ya empezó en tiempos de Jesús. Hoy lo seguimos viendo. Aterroriza escuchar a tantas personas que se excusan de su falta de práctica cristiana amparándose en los defectos de quienes van a Misa. Es una historia tantas veces escuchada que agota. ¿Por qué nos cuesta tanto entender que el Señor ha venido precisamente a eso, a encontrarse con pecadores para salvarlos? ¿Por qué no se puede aceptar que para salvar a un pecador hay que acercarse a él? Tanta asepsia moral es sospechosa.

Y siguiendo el ejemplo de Jesucristo, Mateo y los otros fueron por toda la tierra, iniciando la vida de la Iglesia, que continúa por el mismo camino. Gracias a ella Dios sigue sentándose en la misma mesa que los hombres y, un día, quizás todos podamos reunirnos para el gran banquete del cielo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid