San Lucas 13, 22-30: Hermanos de Jesucristo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

Estos días leemos unos textos muy bonitos del Apóstol san Pablo. Las cartas de Pablo a menudo pasan desapercibidas porque utilizan un lenguaje más elevado. Lo cierto es que tampoco es tan complicado, pero una cierta pereza nos disuade de detenernos en ellos. Pero si nos fijamos un poco las ideas son muchas, ricas y profundas. Sumariamente, en el comentario de hoy, vamos a señalar alguna.

Dice san Pablo que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Y esa debilidad es tan grande que ni siquiera sabemos pedir lo que nos conviene. Esa es casi la debilidad suprema. Una de las situaciones más desagradables y angustiosas es cuando alguien se encuentra mal y no sabe explicar qué le pasa. Si en el plano físico eso ya es duro aún más en el psicológico o espiritual. El Apóstol aún va más lejos al indicar que ni siquiera somos conscientes de lo que nos conviene, y aquí se entiende en orden al destino de nuestra vida. En nuestra época esa carencia se ha hecho más evidente si cabe. Queremos ser felices, pero no acertamos en las elecciones concretas y, no pocas veces, nos encontramos en callejones sin salida. El Espíritu viene en nuestra ayuda, y no debe ser “fácil”, porque, dice la carta que “intercede por nosotros con gemidos inenarrables”.

Señala también el Apóstol que “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. Aquí apunta una idea que desarrollará acto seguido. Van unidas. Introduce el tema de la Providencia. También está en conexión con lo anterior. A veces pensamos que hemos de conseguir esto o aquello, y en ese sentido ordenamos nuestras acciones. Dice, sin embargo, san Juan de la Cruz: “que ya no tengo oficio/ que ya sólo en amar es mi ejercicio”. De esa manera señala que centrados en lo fundamental, que es el amar a Dios, como recuerda san Ignacio en el inicio de los Ejercicios, todo lo demás está bien. Desde el amor de Dios todo es ordenable en la vida y contribuye al bien. Esa posibilidad que se nos ofrece es cierta participación en la Providencia, pues Dios conduce la historia a su fin contando con nuestro desamor, nuestros pecados… y del mal saca bien. Unidos al amor de Dios experimentamos de cerca esa reordenación.

En continuidad con lo anterior señala Pablo que Dios nos ha predestinado “a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos”. La predestinación es a participar de la vida de Jesucristo. Se nos da a través suyo y por eso nos une a la familia de los hijos de Dios. Predestinados hemos sido llamados, es decir convocados a una misión. Conocer la vocación de cada uno permite comprender el sentido de nuestra vida y nuestra felicidad se alcanza en la fidelidad a esa llamada. Y, los que han sido llamados son justificados por Dios, porque todo bien tiene en Él su origen y no deja de ser conducido por su gracia ara que alcance el fin a que ha sido llamado.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid