San Mateo 10, 17-22: Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Tiene gracia que al día siguiente de Navidad celebremos al primero de nuestros mártires, y que leamos en el evangelio que nos odiarán y nos arrestarán, llevándonos a la muerte como a Esteban, mas que de esta manera daremos testimonio ante quienes nos azoten y ante los que nada saben de Jesús. Como si la Iglesia desde siempre en su liturgia no quisiera que nos quedáramos en los turrones y los mazapanes, y en el calor del regocijo familiar. Esto está muy bien, por supuesto, pero cuidado, estad atentos, vendrá la guerra contra vosotros. Sin embargo, no temáis. Yo siempre estaré con vosotros, y cuando os interroguen, aunque no sean vuestros enemigos a muerte, sino gentes cercanas a vosotros pero que no entienden vuestra fe en mí, no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Tras el Misterio de la carne, estamos ya en ámbito del Padre. Incluso cuando tengáis que hablar sobre quién es ese Jesús que nos ha nacido, y nos falte discurso, deberemos acoger palabras nuevas en nuestro lenguaje, pues de otro modo se nos quedaría corto sin ellas. Porque quien nos ha nacido es Palabra, Verbo de Dios. Desde el mismo comienzo comprenderemos —otra cosa es cómo vayamos explicándolo con nuestro lenguaje— que nos encontramos con dos facetas, porque Dios se ha hecho hombre para nosotros. Hombre-Dios. Se queda uno pasmado de poder, y tener, que unir esas dos palabras para hablar de quien todavía si apenas lo hemos visto en el pesebre del portal de Belén, junto a gente de una humildad que sofoca, una Virgen, María, su esposo José y un conjuntillo de pastores que se precipitaron desde las más inmediatas cercanías a ver al recién nacido. ¿Cómo es posible que en tan grande humildad nos encontremos con el comienzo del Misterio del Dios hecho hombre, Misterio de encarnación, Misterio de vida. Misterio de cruz, Misterio de descenso a los infiernos, Misterio de resurrección, Misterio de Ascensión, Misterio de Pentecostés, Misterio de la venida final para juzgar a vivos y muertos? ¿Cómo adivinaremos que todo esto se nos está donando ya en el pesebre de la humildad?

Porque estamos ya en ámbito de Dios.

Solemos dar poca importancia al largo discurso de Esteban ante el tribunal que le condenará a muerte. El más largo de todo el libro de los Hechos, en el que se hace un encaje supremo de Jesús en la historia de la salvación que significa la Alianza de Yahvé con su pueblo. Vosotros lo condenasteis, pero mirad ahora. Llenó de rabia entonces y llena de rabia hoy a muchos la afirmación final de lo que ve. Esto que ahora percibe es el final de la historia de la salvación, el punto atractor que estira de Esteban, y de nosotros con él, pues a él conduce toda su vida, y la nuestra, en líneas de vida, de nuestra propia vida. Las líneas de nuestro universo, como entonces eran las líneas del universo de Esteban. Valga la metáfora geométrica de líneas convergentes en ese punto atractor que vemos en el cielo abierto, el Hijo del hombre, Jesús, sentado a la derecha del Padre. Porque desde él estira de nosotros con suave suasión. Porque en él se nos ofrece la plenitud de nuestro ser, la plenitud de nuestra vida.

Era deseo de Dios, porque solo él podía darle plenitud, y ahora nos adentramos en el Misterio tremendo de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid