San Mateo 5, 20-26: Reconciliarse
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

En el misal aparecen varias introducciones a la oración del Padrenuestro. Una de ellas dice así: “antes de participar del banquete de la Eucaristía, signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna, oremos juntos como el Señor nos ha enseñado”. La celebración de la Eucaristía nos une con Jesucristo, a su sacrificio, que obra la reconciliación de los hombres con Dios. Por eso los que participamos de la celebración de la Santa Misa nos unimos más a Él, pero también fortalece nuestra mutua unión. Es Cristo quien nos constituye en una comunidad nueva, cimentada y sostenida por su amor.

En el evangelio de hoy Jesús nos alerta sobre la incongruencia que supone ir a presentar una ofrenda al altar sin antes, haber buscado la reconciliación con quienes nos hemos peleado. En esa enseñanza encontramos cómo nos muestra el vínculo que ha de existir entre nuestra participación en el sacramento y nuestra vida.

La amistad con Dios es lo que posibilita toda nuestra vida cristiana. Pero esa relación, cuando es verdadera, afecta a todos los ámbitos de nuestra existencia. Existe una desviación religiosa que consiste en buscar una buena relación con Dios pero no darse cuenta de que conlleva un cambio para con quienes nos rodean. De hecho Dios nos ofrece su amor también para que seamos capaces de amar a quienes nos rodean, a nuestro prójimo. De hecho, la experiencia nos enseña como cuando intensificamos nuestra vida espiritual nos es más fácil tratar a los demás. Porque nuestra unión con Cristo restaña las heridas que hay en nuestro corazón y nos da también la medicina para que sanemos las que tenemos con nuestro prójimo.

No debe pasarnos desapercibido que Jesús utiliza el término “hermano” para referirse a aquel con quien podemos estar enfadados. No se trata, de alguien lejano a nosotros. Si pensamos en la comunidad eclesial podemos referirlo a los que comparten la misma fe que nosotros, con los que formamos un mismo pueblo. A la luz de Cristo la palabra “hermano” cobra una significación especial, porque Él ha querido serlo de nosotros. De hecho por Él hemos entrado a formar parte de la familia de los hijos de Dios.

En nuestro tiempo es muy edificante el testimonio del Papa, buscando la reconciliación con todos los hermanos separados. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI (hablo de ellos porque me es más cercano y conocido su magisterio), han sobresalido por su empeño en que nadie quede fuera de la Iglesia. Mientras algunos se dedican a acentuar las diferencias y a buscar problemas, ellos con verdadero corazón de pastores, participando de la caridad de Jesucristo, buscan que todos se encuentren a gusto en la Iglesia. Es decir que todos puedan llegar a presentar sus ofrendas al altar sin sentir el peso de la división o el enfrentamiento.

Que la Virgen María nos enseñe a vivir con mayor verdad el gran sacramento de la Eucaristía y también a vivir nuestro amor y al prójimo sin divisiones.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid