San Mateo 1,16.18-21.24a: Tú serás para él padre, y el será para ti hijo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

2Sam, 4-5a.12-14a.16; Sal 88; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24a

Como todo depende de la fe, todo es gracia. Parece que ha de ser una de dos: o la situación de José en su familia fue siempre muy desabrida, porque no era padre del Hijo, o fue un hombre de fe extraordinaria que vivió la cercanía más íntima que cabe con Jesús, su hijo, y con María, su esposa. Jefe, así, de una familia davídica, que vivió en la más excelsa cercanía del designio del Dios Trino. No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Y José tuvo las tragaderas de creérselo, viviendo en armonía con una inexpugnable fe. Vivía de tal manera la cercanía del Señor ya antes del anuncio del ángel, que en él no tenía lugar la duda. Fe humilde y sincera. Confianza absoluta en el Señor su Dios. Espera tangible del Mesías anunciado. Compartió con la más extrema humildad la pertenencia a la descendencia de David. Esperaba la llegada de quien vendría enviado por Dios a su pueblo, el Mesías davídico. Pero hizo suya la pequeñez de su trabajo de carpintero en un pequeño pueblo de la montaña de Galilea. Vivió, sobre todo la humildad del cuidado de su familia. Fue el sostén de María. El maestro de vida de Jesús. Quien le enseñó el oficio. Y, luego, desapareció andando sobre la punta de los pies. Hasta ahí su pobreza extrema. Vida escondida la de José. Años de silencio. Silencio con quien, siendo el Hijo, era su hijo.

Así pues, nada extraordinario hizo José, como no fuera cuidar la cercanía día a día, momento a momento, de María y de Jesús. No alcanzó a ver más, pero su espera se colmó de gracia. ¿Hubieras tú sido capaz de aceptar ese papel tan desvaído en una historia tan majestuosa?, ¿hubieras tú asumido ese silencio, la inmensa pequeñez de ese cuidado? Su fe obediente, heroica. No buscó para sí nada grande. Escuchó y aceptó. Pero imagina el cuidado tierno y misericordioso con el que trató su casa y su gente.

Nos hace ver la importancia del cuidado. La esencia de su ser es el cuidado. Mas ¿quién dice que el cuidado no es una de las cosas más grandes de entre las nuestras?, ¿no es nuestra actividad más recia? Puede parecer algo humilde, casi humillante, porque no subraya la importancia de quien cuida, de quien se cuida. José, como administrador, estuvo al cuidado de su casa y de los suyos. Fue el siervo de Dios en el que este depositó su confianza, dejándolo en sus manos. Sus manos tuvieron el cuidado de dar de comer, de configurar una familia. Fue cuidadoso obrero de los suyos. Cuidadoso de su obediencia al ángel del Señor. El cuidado fue el centro mismo de su vida.

Solo si estamos ciegos y vivimos en Babia de las verdaderas realidades de la vida podemos creer que el cuidado que pone Dios en las manos de José es cosa pequeña. Sin la maravillosa y silente calidad de su cuidado, nada hubiera sido posible, nada se hubiera hecho realidad; realidad de Dios. Ese cuidado da unidad y coherencia a la vida de María y de Jesús. Un lugar en donde reposar el cuidado de sus vidas, en espera de lo que era el designio sorprendente del Dios Trino. El Señor Dios rumia designios de salvación, y esta no hubiera tenido siquiera posibilidad de ser sin las manos cuidadosas de José, el padre putativo de Jesús.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid