San Juan 20, 1-9: La resurrección de Jesucristo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

En los Evangelios queda claro que ni los apóstoles ni los demás discípulos del Señor esperaban la resurrección. De ahí la sorpresa de María Magdalena que piensa se han llevado el cadáver de Jesucristo. Sin embargo, todos ellos, acabaron creyendo. Al meditar los textos nos damos cuenta de que la sorpresa inicial y la fe posterior coinciden con unos corazones que amaban intensamente al Señor. La muerte en la cruz era un hecho irrefutable y vergonzoso, pero nunca dejarían de anunciarla. Sabían lo que había sucedido en la cima del Gólgota y conocían en lugar de la sepultura. Pero eso no les impidió conocer la resurrección y creer en ella.

A muchos siglos de distancia, y habiendo celebrado muchas veces esta solemnidad, que es la más importante del año litúrgico, se siente cierta añoranza por experimentar la misma emoción de los primeros testigos de la resurrección. La Iglesia enriquece su liturgia para darle el máximo esplendor (bendición del fuego, del agua, renovación de las promesas bautismales…), e intentar captar el resplandor de aquella noche gloriosa.

El hecho de la resurrección, la afirmación de que Jesucristo vive, ilumina todo lo que ha sucedido hasta entonces. También ha de transfigurar con su luz toda nuestra existencia.

María Magdalena, Pedro, Juan y los demás apóstoles cambiaron su percepción de las cosas porque se encontraron con el Señor resucitado. Eso también se nos ha dado a nosotros, aunque de otra manera. Jesucristo nos ha comunicado su vida. San Pedro se refiere a ello indicando que, “los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”.

Ese perdón nos llega por el bautismo, que supone incorporarse a la muerte de Jesucristo. Hay que abandonarse en el Señor que, nos sorprende, entregándonos, como dice Benedicto XVI, “una identidad nueva”. San Pablo también se refiere a ello al escribir a los colosenses: “ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los vienes de allá arriba”, aunque señala, que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios”. El Apóstol no afirma sólo que Jesucristo ha resucitado sino que dice que también nosotros, por el bautismo, participamos de su resurrección. La vida del Resucitado nos ha cambiado al hacernos hijos de Dios. La alegría de este día nos invita también a volver sobre esa identidad nueva que hemos recibido. La aspersión del agua que se realiza durante la liturgia es especialmente significativa: sepultados con Cristo y resucitados con Él.

Dice el Evangelio que los apóstoles comprendieron las Escrituras cuando reconocieron la resurrección del Señor. Ahí se nos indica también que toda la verdad del Evangelio, que a veces nos cuesta de aceptar en la teoría o en la práctica, adquiere su verdadera fisonomía a la luz de la resurrección. La tumba está vacía y Jesucristo vive verdaderamente, y es contemporáneo nuestro. Por eso la belleza del cristianismo, que muchos contemplan con tristeza porque piensan irrealizable, es posible. Lo canta la Iglesia en este día en que se nos hace manifiesto que ninguna tristeza y ningún dolor o contrariedad tendrán la fuerza suficiente para quitarnos esta certeza: Jesucristo vive y con Él todo es nuevo

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid