San Juan 12, 44-50: En aquellos días, la palabra del Señor cundía y se propagaba
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Hch 12,24-13,5; Sal 66; Jn 12,44-50

Qué suerte la de aquellos días, ¿o no es para tanto? Resulta que, entre los franceses de 15 a 24 años, más del 25% se preocupan “frecuentemente” por el cristianismo. En el país laico por excelencia, resulta que, entre los jóvenes, de manera muy singular, hay una muy notable vuelta a las cuestiones religiosas. ¿También entre nosotros, los menos jóvenes? Parece que eso de Jesús les cae totalmente de nuevo, interesándoles mucho más que a las generaciones mayores. Incluso el “espíritu del 68” está absolutamente fuera de ellos. Y es este espíritu el que ha terminado por llevar entre nosotros a una descristianización de raíz. Nuestras generaciones mayores parecen haberse desentendido casi por entero de la religión, sobre todo, si es la católica. Pero eso no acontece con los jóvenes. Un absurdo y falsario cientificismo ha contribuido enormemente a este descrédito de Jesús. Se diría que es necesario que las “generaciones del 68” desaparezcan para que la palabra del Señor cunda de nuevo y se propague. Bueno, esto si miramos las cosas desde nuestra Europa occidental epulonaria, desinflada ahora de manera tan drástica por la recesión, porque si miramos otras regiones del mundo las cosas van por caminos muy distintos. Entre nosotros acontece lo mismo. Hay que saber apreciar los brotes verdes, porque aquí los hay. Sí, sí, que el Señor tenga piedad y nos bendiga.

Jesús ha venido al mundo como luz. Si creemos en él no quedaremos en tinieblas. Ahora bien, si nos cerramos a esa luz, nada nos queda, excepto ver cómo nos va llegando la muerte de manera tan rampante. Quien haya perdido toda esperanza, quien no viva en-esperanza, nada más tiene que hacer si no es ir preparando que alguien, piadoso con él, le vaya ayudando a morir de una vez en algo así como un suicidio asistido. ¿Qué?, ¿no podremos ya vivir en-esperanza, marcados a fuego como quienes vivieron aquella edad, o tienen nostalgia de ella por aquel espíritu, revolucionario, quizá, entones, pero que guardado entre alcanfores como se ha hecho, se nos ha ido convirtiendo en un conservadurismo procaz, que ha dejado a tantas generaciones en un acartonamiento sin esperanza y tan lejos del amor, para vivir enfrascados en un espíritu mohíno y seco?

Vivimos demasiados amodorrados en las tinieblas. Nos parece que no necesitamos luz alguna. A lo más alguna linternilla que nos proporcione un mortecino resplandor para ir tirando. Vivimos demasiado lejos del amor, como no sea el de algún amorcillo renacuajo que pasa por el ombligo de mi pequeño yo. Hemos perdido cualquier aspiración a algo que sea grande y que nos quepa dentro. Nos parece insensatez sin sentido besar al leproso, como hizo Francisco de Asís, o acariciar la mano de los moribundos tumbados en las calles de la gran ciudad, para que la muerte les llegue iluminada en un acto de amor que les hará vivir todo lo que son en-esperanza, y esperanza de amor eterno; de vida eterna. Un beso por el que viviremos en el siempre, siempre, de Dios. Un beso sacramental que ponga al que besa y al besado en el camino de la realidad, realidad plena, sobreponiéndonos al desmigajamiento de las realidades que nos construimos, tantas veces de muerte, para vivir, finalmente, sin-esperanza,

Qué tristeza, porque el beso de Francisco o de Teresa son sacramento del amor de Dios al hacernos ver en todo su esplendor luminoso la sacramentalidad de la materia, y no digamos la sacramentalidad de la carne, pues beso eucarístico.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid