San Mateo 7, 1-5: De juicios y jueces
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Estoy de vacaciones. Diez días al año no hacen daño a nadie. No creo que pueda desvincularme mucho de la parroquia pues el único teléfono es mi móvil, pero intentaré no leer demasiado el periódico, últimamente casi no hay noticias positivas. La semana pasada estábamos a vueltas con los jueces en España. Parece que se equipara a los jueces a gente sin criterios, arbitraria y desnortados, es decir, que los jueces han perdido el juicio y no te puedes fiar de ellos. Sé a ciencia cierta que no es así y que la mayoría de los jueces son personas intachables que hacen cumplir la ley vigente; lo que pasa es que las leyes en ocasiones no son lo mejor del mundo.

“No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros”. Aunque parezca mentira esto no es aplicable a los jueces. un juez aplica la ley que le entrega el poder legislativo, lo malo es cuando nosotros creamos las leyes o juzgamos según nuestro criterio. Muchas personas usan este texto contra la Iglesia y la acusan de juzgar a los demás y no usar la misericordia. Si los eclesiásticos nos dedicásemos a imponer nuestro criterio según nuestro criterio o nuestro estado de ánimo sin duda que haríamos mal, pero si juzgamos según la ley recibida lo hacemos bien, sin condenar nunca a las personas. Me explico: Si yo pillo a uno en una mentira y dado que mentir va contra la ley de Dios y es objetivamente malo podré juzgar que esa persona ha dicho una mentira. Lo que no podré decir es que esa persona es una mentirosa compulsiva o va a ir de cabeza al infierno por esa mentira que ha dicho, ni podré despreciarla o crucificarla públicamente. Si yo dijese que esa mentira está muy bien pues, por ejemplo, me deja en buen lugar y ha sido una mentira “piadosa” y le dijese a esa persona que no pasa nada por mentir estaría usando mi criterio. Igualmente si esa mentira fuera una difamación contra mi, me hubiese humillado y hubiera entonces puesto públicamente en vergüenza a esa persona y la considerase digna de escarnio y fuese comentando con todo el mundo que esa persona miente más que habla, entonces también estaría usando mi criterio y sería un mal juez. El juez verdadero es el que dirá al mentiroso que ha dicho una mentira y que eso va contra la ley de Dios, que si ha hecho daño a alguien tendrá que repararlo, pero que se acoja ala misericordia de Dios, pida perdón en la confesión y dejamos el juicio último a Dios -que ha sido el que ha pagado el precio de nuestro rescate-, y le acojo como a una oveja perdida y encontrada, entonces seré un buen juez. Tan malo será un juez que absuelve a un violador en serie porque le cae mal, como uno que condenase a cadena perpetua al que le ha rallado el coche aparcando.

Lo mejor sería dejar todos los juicios a Dios, pero por lo menos pidamos aDios el tener buen juicio.

La Virgen María no juzga, sólo guardaba todas las cosas en su corazón y su corazón sólo es de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid