San Mateo 9, 18-26: Dios corteja a su pueblo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Durante unos días vamos a leer, en la primera lectura fragmentos del profeta Oseas. Cambia el tono respecto a Amós. El profeta Oseas, hombre casado, se encontró con que su mujer le engañó. Pero, como signo del comportamiento de Dios para con su pueblo, volvió a recibirla en casa. La profecía no estaba sólo en sus palabras sino también en gestos de su vida. De esa manera se significaba cómo Dios siempre es fiel a su Alianza a pesar de que Israel, continuamente, corriera detrás los ídolos.

El lenguaje que encontramos hoy es especialmente bello. Dios habla a Israel recordando aquel momento en que lo liberó de la esclavitud de Egipto. Recuerda como entonces lo eligió, a pesar de ser un pueblo pequeño y sometido al Faraón, y quiso establecer con él un pacto para siempre. Ahora Dios, que entonces ganó a Israel con el poder de su brazo y obrando prodigios, quiere ganarse de nuevo el corazón de su pueblo. Se señala que la volverá a llevar al desierto (en recuerdo del Éxodo). Ahora el lenguaje es espiritualizado, porque lo que se intenta es que el pueblo recuerde la intimidad que tuvo con Dios durante cuarenta años. Y cómo, durante todo ese tiempo, Dios lo fue formando.

El Papa Benedicto XVI, en la encíclica Deus Caritas est se ha referido al amor esponsal como imagen del amor que Dios tiene por los hombres. En la Sagrada Escritura se utilizan imágenes que sean fáciles de reconocer entre nosotros. Al mismo tiempo, podemos decir, toda la realidad remite de alguna manera a Dios y es signo de Él. El amor matrimonial es una imagen muy especial. Aquí se utiliza para señalar de qué manera Dios ama a Israel. En las características del matrimonio reconocemos al menos dos: la exclusividad y la fidelidad. Conforme avance la revelación comprenderemos que Israel, a pesar del lugar privilegiado que ocupa en la historia de la salvación, es imagen del nuevo pueblo de Dios reunido en la Iglesia. Cristo, como recordará san Pablo y aparece en numerosas imágenes del Nuevo Testamento, es el esposo de la Iglesia.

Lo que más se subraya en la lectura es la fidelidad. ¿Qué le había sucedido a Israel? Una tentación que tenía con frecuencia y a la que cedía era la de la idolatría. Los pueblos vecinos a Israel adoraban a divinidades, generalmente vinculadas con la fertilidad. Eran dioses inventados por esos pueblos en su deseo de relacionarse con el Misterio que se les escapaba. No habían tenido la alegría de una revelación. Por lo mismo aquellas divinidades eran todas invenciones. Israel, por el contrario, había conocido a Dios. La llamada que hace el profeta es a abandonar los ídolos para volverse de nuevo a Dios.

Pero el lenguaje utilizado no es de amenaza. Es Dios que anuncia que de nuevo va a salir al encuentro de su pueblo. Pero esta vez no lo va a convencer con grandes signos exteriores, sino atrayéndolo interiormente. De hecho se da una profundización muy grande, cuando Dios señala que será llamado “esposo mío”.

Si hacemos una aplicación para la vida espiritual nos encontramos con que Dios nos pide centrarnos cada vez más en su amor. En descubrir que no es Alguien a quien debemos recurrir sólo para que solucione nuestros problemas, sino que espera que le hagamos un sitio en nuestro corazón. Quiere vivir una historia de amor con cada uno de nosotros. Quiere que participemos de ese mismo amor con que Cristo ama a su Iglesia.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid