San Mateo 11, 28-30: El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Is 10,5-7.13-16; Sal 93; Mt 11,25-27Is 10,5-7.13-16; Sal 93; Mt 11,25-27

Y nosotros que estábamos felices con el buen uso de la racionalidad que hemos hecho últimamente. Racionalidad segura, que lo vence todo, que lo entiende todo, que lo explica todo; plagada de razón pura, lógica, seca, secante, no manchada por mitos ni milagros ni cosas parecidas. Racionalidad científica. Y bien, ahora resulta que juegas al escondite con nosotros. No es justo. Nos engañas. Tanto esfuerzo de siglos, tanto aprender personal, y vienes con eso de que los tontos y sencillos, aquellos que nada entienden, que se dejan llevar por el primero que les cuenta una sarta de memeces, estos son, precisamente, aquellos a los que tú te revelas. ¿A qué juegas?, ¿a lo irracional? Al entrar en tu recito, tendremos que dejar la razón como si de un sombrero se tratara.

No, claro que no. La cuestión está en cómo utilicemos la razón. No solo en lo que toca a eso que acabamos de llamar lo revelado, sino debemos preguntarnos cuál es de verdad el uso de la razón, el que utilizamos en todo lo que hacemos y somos, desde la ciencia, hasta las sentencias de los más altos tribunales. Nunca en ninguno de esos ámbitos se da ese tipo de razón secante, y, vaya hombre, precisamente la habremos de utilizar solo en lo que toca a las cuestiones que se refieren a Dios, su existencia y su ser, y a nuestra salvación; a lo tocante a la cruz de Cristo.

Porque, sí, es verdad, los sabios y entendidos engordan pensando que todo lo saben y todo lo entienden. Para eso utilizamos la razón de una manera tan metodológica, de modo que podemos afirman, por ejemplo, que eso de los milagros es una cuchufleta, o que es posible que la revelación mediante mitos fuera necesaria en tiempos anteriores cuando todavía no éramos enteramente racionales, mas en estos tiempos finales de la racionalidad ya no lo es. porque todo misterio ha sido recogido en su enteridad por nuestra razón pura y seca. Por eso tendremos que decir que la revelación es, simplemente, una antigua manera de hablar. Ahora, todo se nos da en completa racionalidad. Por eso somos los sabios y entendidos, y por eso los simples no entienden nada, y necesitan vivir de engañiflas. ¿Hay Dios?, sí, pero en cuanto lo poseamos en las armaduras de nuestra racionalidad, como es el caso ahora. ¿Salvación?, sí, al entenderla como una manera de vernos salvados por esa racionalidad secadora con la que ese Dios, el que fuere, nos creó. Aunque, bueno, eso de la creación lo deberemos entender, quitándole todas las hojarascas mitológicas que ha llevado desde que se inventó, como se decía, esa acción de Dios sobre el mundo.

Comprended que las cosas son claras. O Dios o Mamón. No cabe término medio. En esta discusión, el punto gordiano, por tanto, está en una exacta consideración de la razón y de la racionalidad en su relación con la fe. Para decirlo de un modo claro y percutante: o razón seca o razón húmeda, ahí está el meollo de nuestra cuestión. Una, desbarra y se engaña pensando que la suya es la razón del seréis como dioses, pues somos como Dios, regurgitando verdades cada vez que actuamos racionalmente con ese papel secante. La otra, busca humildemente la verdad, y lo hace desde esa razón, la única que existe en cualquiera de sus usos: dialogal, respetuosa, húmeda, con humedades de sentimiento, de ternura y de amor. Razón y fe, tal es el problema en el que nos debatimos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid