San Marcos 6,30-34: Vio una multitud y le dio lástima, porque andaban como ovejas sin pastor
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Mer 23,1-6; Sal 22; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34

Esto significa que Jesús mira, y ve. ¿Por qué siempre procedimientos tan humildes? Siempre puras miradas, y puros tocamientos. Como si Jesús no supiera de más, no fuera capaz de cosas mayores. La gente guapa, por el contrario, utiliza los grandes medios, captándonos para sí. Jesús, por su parte, es de una timidez que nos deja perplejos. La multitud anda como ovejas sin pastor, y parece que él solo sabe proponerse como pastor, como puerta del aprisco, y mirarnos con cuidadosa ternura. ¿Por qué? Es tan respetuoso con nosotros, con nuestra libertad que parecería nunca poder ganar la partida. No insiste. Se deja hacer. A lo más una mirada y una palabra. Sí, es verdad, el Señor es mi pastor y nada me falta, pero ¿no podría utilizar métodos que fueran más rápidos y rotundos? Perdimos la inocencia de nuestra imagen y semejanza, pero el designio de la Trinidad Santísima había modelado nuestra carne en la del Hijo, de modo que fue dejando que las cosas llevaran sus modos y maneras. Quiso que aceptáramos su designio con entera libertad. Fue revelando ese designio de salvación hasta llegar a la cruz, de modo que las Manos de Dios la modelaran, para lo que utilizó una sola palabra: Sígueme. Nos eligió para que ese designio fuera tomando la realidad de su carne. Derribó el muro de odio que separaba, creando un hombre nuevo. Parecía que Dios no tenía prisa, pero, de pronto, con la venida encarnada del Hijo, las cosas se aceleran y comienzan a verse claras. La multitud sigue marchando desacompasadamente, como ovejas sin pastor. ¿Cómo no ha podido Dios manejar de manera más correcta el redil de sus creaturas? En ningún momento ha querido doblegarnos, incluso aunque en muchas ocasiones haya tenido la tentación de deshacerse de nosotros para siempre. Pero no. La encarnación del Hijo en el seno de María, la vida de Jesucristo hasta morir en la cruz, el retomar del Padre con el Espíritu suscitando la vida resucitada del Viviente, la subida a los cielos y la venida del mismo Espíritu sobre nosotros, desatascan el camino de nuestra salvación sin romper nuestra libertad. Por eso la suave suasión que nos atrae hacia Jesús, el Señor. Nos dona la gracia y la misericordia, pero sin doblegar nuestra libertad. Suave suasión de enamoramiento. Nos mira a cada uno en lo que somos y en el donde estamos. Una mirada que va donando la plenitud de nuestro ser, que va rehaciendo la naturaleza con la que fuimos creados: a imagen y semejanza del Creador Trinitario. Aunque camino por cañadas obscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. La mirada de tu corazón tierno me alienta y me sostiene. Nunca me dejarás caer en definitiva. La cruz es la garantía.

Ahora estamos en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estamos cerca los que antes andábamos lejos. Así, habiendo caído el muro de nuestra separación en el odio, unos y otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu. El Padre, con sus manos, las Manos de Dios, recrea en Cristo lo que fuimos para que lo seamos en plenitud. Creándonos, nos puso la carne del Hijo como modelo de nuestro ser. Recreándonos, justificados por su gracia, que adquirimos en la cruz de donde mana la sangre y el agua del bautismo y la eucaristía, adquirimos la plenitud de lo que somos. Desde este ahora de redención sabemos de nuestra naturaleza. Ahí, en ese punto atractor de llegada, somos en verdad eso que de verdad somos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid