San Mateo 23, 23-26: Tengamos sed de ti
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Tes 2,1-3a.14-17; Sal 95; Mt 23,23-26

¡Qué bien nos vienen las palabras de Pablo! Porque a nuestra civilización epulonaria ——bueno, más bien, exepulonaria, visto lo que vemos con ojos tan sorprendidos—, le gustan las sobrenaturalidades y el pavor ante el apocalipsis, que está llegando cada día distinto para que se nos haga callo. ¡Dejamos pequeños a los asustadizos tesalonicenses! Que nadie en modo alguno os desoriente. Que el mundo se terminará mañana, a lo máximo pasado mañana, como nos sopla por todos los costados la gente guapa; que se nos aparecerán de aquí a un rato seres dividinosos con poderes mayores a los de Dios, más grandes de todo lo que podamos adivinar, en ningún caso esto debe importarnos, por nada debemos dejarnos arrastrar a esos sustos que buscan sofocarnos la vida para que entreguemos la chapa. Nosotros nos mantenemos firmes en aquello que hemos aprendido, y hemos aprendido el amor con que nuestro Señor y Dios, nuestro Padre, nos regala: un consuelo permanente, pase lo que quiera pasar, y un vivir siempre en-esperanza, apoyados en nuestra fe asegurada, pues don que recibimos en Cristo Jesús. Porque nosotros, como Agustín, tenemos sed de Dios y a él buscamos como único amor verdadero. Vivimos en el deseo de Dios que llena la infinitud de nuestra vida. Una infinitud que se nos da en el permanecer en él. Permanecemos en su amor. No sarmientos cortados, sino bien agarrados a la cepa, formando unidad con ella, pues cuerpo de quien es nuestra cabeza.

Toda la creación vitoree a su Creador. Por ello, nada nos asuste. Él nunca nos dejará de su mano, aunque lleguen tiempos difíciles, insoportables. Todo lo sobrellevaremos como imitadores de Jesús que somos, seguidores suyos. Por eso vivimos en esa sed. Sed de Dios, del Dios vivo. Bien distinta la manera de vivir a que nos arrastran tantas sobrenaturalidades apocalípticas con las que nos mojan la cara de continuo, para que quedemos temblorosos y, como los perros vencidos, nos echemos al suelo con las patas al aire. El Señor nos libre de tamaña actitud. No tengáis miedo.

Tenemos un segundo frente que nos acosa. Ha decidido no vencernos asustándonos a muerte, hasta destruirnos, sino ofreciéndonos la manera en la que tenemos que vivir. ¿Pagar los diezmos y hacer obras de caridad? Sí, cómo no, pero el décimo de la menta, del anís y del comino, puesto que todas las demás cosas son demasiado importantes y deben ser sustraídas al dominio de nuestro ámbito de relación con Dios, qué digo, ¿con Dios?, ¿no será más bien con el diosecillo que nos hemos construido? ¿Ser cuidadosos?, sí, por favor, pero filtraremos los mosquitos, pues lo demás es demasiado importantes y debemos sustraerlo del ámbito de Dios. ¿Limpieza?, si, exacta y cuidadosa, pero de copas y platos, las acciones de nuestra vida son demasiado importantes para ponerlas en el cuidado del ámbito de Dios. ¿Sed de Dios? No, de ninguna manera, somos seres resecos de esa sed, ¿a dónde iríamos con ella? Sabedlo bien, se confundía san Agustín. ¿Sed?, sí, pero de cosas bien tangibles, que pasen por nuestras manos, quedándose en ellas para nuestro refocile, y si alguien tiene que morir para ello, peor para él. ¿Que celebramos el sacramento de amor, dices? Bien, con tal de que sea un amor bien dimensionado: un metro por delante, un metro por detrás, un metro hacia arriba, un metro hacia abajo, y que jamás salga de medidas tan a nuestra disposición.

Solo un amor desaforado y una sed infinita de Dios pueden librarnos.
Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid