San Lucas 5,1-11: Que nadie se engañe
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

1Cor 3,18-23; Sal 23; Lc 5,1-11

Hemos pasado la noche bregando y nada hemos pescado. ¿No es ese nuestro sentimiento hoy en estos antiguos países epulonarios de nuestra Europa occidental? Estábamos tan seguros. Seguros de una cristiandad vieja, plantada ahí para siempre; todo organizado para que así fuera. Seguros por nuestra riqueza epulona, que también pensábamos para siempre. La primera seguridad hace años que nos dejó sin dientes, sin capacidad de evangelización. La segunda, ha quedado deshilachada en la crisis sin término en la que vivimos. Todos los sombrajos se nos caen. ¿Cómo es posible, cuando todo parecía tan atado y bien atado?

¿En qué nos engañábamos? Nos creíamos sabios y ricos. Sabios y ricos en las cosas que tocan a Dios. Estábamos asegurados. Podíamos mirar a los demás por encima del hombre. La evangelización nos pareció cosa chupada. Y, de pronto, nos hemos despertado en la inseguridad y la desesperanza. Todo se nos cae. Todo desaparece. Descubrimos que somos necios y pobres. Bueno, si al menos lo descubriéramos. Que de aquí a unos decenios, por ejemplo, es muy posible que la Europa occidental sea un continente musulmán. Que hayamos dejado de tener descendientes. Que entonces nuestra historia, sea la de otros. Que nuestras tradiciones vengan a ser las de los demás. Que muramos de inanición.

Que nadie se engañe.

Rema mar adentro, y echad las redes para pescar, dice Jesús a Simón tras una noche de labor incesante en la que nada habían conseguido. Porque Simón y los suyos, es verdad, bregaban fuerte en su faena. Pero, quizá, confiaban solo en sus muchas fuerzas, en su sabio y rico trabajar. ¿Por qué, pues, nada pescaban? ¿No ocurre ahora entre nosotros lo mismo? No es verdad que entre nosotros no haya gentes que dedican su vida a evangelizar. Cantidad de parroquias con su vida litúrgica, con sus grupos de acción y reflexión, con esa labor incesante y milagrosa que es la Cáritas parroquial. Tantas y tantas cosas. Tantas y tantas gentes. Pero se diría que en una buena parte de ellas —¡no en todas, ni mucho menos!—, simplemente con el rápido paso de los años se nos va yendo la edad a la misma velocidad, y tenemos el convencimiento, de no haber un milagro, de que de aquí a poco serán epenas un recuerdo. Ya ocurre. Pongo otro ejemplo, las cuatro parroquias más importantes del centro de la ciudad de Lieja tienen un único párroco. Alguno se dirá, pues que laicos y laicas conspicuos sean ordenados sacerdotes y sacerdotisas. Puede. Lo malo es que ya hay poco que elegir en esas comunidades, sus fieles son más viejos que sus párrocos. Que nadie se engañe.

Me dirás, con razón, hoy te has levantado pesimista. Sí, es verdad, pero que nadie se engañe. Hay parroquias, casas de religiosos y religiosas, nuevos grupos nacientes o que han nacido hace pocos decenios. Hay motivos para la esperanza. Sí, es verdad. Mas necesitamos empastar todo eso que muere y todo eso que nace de modo que seamos capaces de producir una nueva evangelización. Necesitamos reencontrar la fuerza entrañable del cristianismo primitivo, y el arranque pasmoso de tantas y tantas épocas de la historia, momentos de gran renacer. Pero que nadie se engañe, repito. Lo que hoy trabajemos echando las redes en mitad de la noche sin que nada recojamos, con la ayuda del Señor, será, seguramente, lo que recojan como frutos de evangelización de aquí a decenios. Mientras tanto, la nueva evangelización se dará en el silencio de quien parece no producir frutos. Vivamos, pues, en-esperanza.


Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid