San Lucas 7, 36-50: Hasta perdona pecados.
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Estoy al límite de mi capacidad neuronal, que no es excesivamente grande. Tengo en la cabeza las peleas con la empresa constructora, los remates de la obra de la parroquia, el que llegue el que pone las cocinas o el cartel de la entrada, sacar dinero para pagar a los orfebres, buscar mobiliario donde pueda, unos ciento ochenta niños nuevos de catequesis que hay que colocar algún día en catequesis respetando las preferencias de sus trescientos sesenta padres, preparar la confirmación de unos jóvenes para dentro de tres semanas, el comienzo del grupo de universitarios, una feria donde cáritas parroquial se va a hacer presente, las Misas, Adoración, rosario de cada día con la gente, el hospital con sus enfermos y los centros de menores con chavales nuevos que no llevan nada bien su reclusión, unos ocho bautizos cada semana, la dirección espiritual de algunos, abrir y cerrar la parroquia y algún extra. Claro que hay gente que ayuda, pero tienes que estar pendiente de casi todas estas cosas. Muchas cosas, pero solo una es importante.

«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama. » Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.» Perdonarme esta cita tan larga, pero el fariseo había hecho un montón de cosas para olvidarse de los actos de educación judía a Jesús porque estaba muy ocupado. Si alguien tuviese tiempo para revisar todos mis comentarios la Evangelio de los últimos años encontrará que varias veces me ha pasado lo mismo. Esta tarde estaba hasta las narices, hacía lo que tenía que hacer -por muy santo que fuera-, casi por despecho…, y llega alguien a confesarse que te hace decir: “Todo este día ha sido para que esté ahora aquí”. Y sólo puedes dar gracias a Dios.

La mayoría de los que leéis este comentario no podéis confesar, pero si podéis daros cuenta de lo que Dios hace cuando menos te lo esperas. Creo que todos -o casi todos quedándome corto-, que estáis al otro lado de la pantalla conocemos gente a la que no le vendría mal un empujón para ir a confesarse. En ocasiones los respetos humanos, la vergüenza, el que no sea “buen momento” nos echan atrás de decirle a alguien que se confiese. En el caso de Jesús podría ser al revés, para caer bien a los poderosos podía haber dejado pasar a la pecadora…, pero no lo hace. ¿Vamos a callar nosotros?.

Cuando uno ve el alma y el corazón del pecador que vuelva a Cristo, la paz que se le queda, la alegría que trasmite da por buenos todos los trabajos. “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.” Estas frases no sólo se refieren a los sacerdotes.

Sed apóstoles de la confesión, el perdón y la misericordia de Dios es más grande que el corazón más torcido. Además contamos con el apoyo de nuestra Madre la Virgen…. ¿Te echarás atrás a la hora de proponer hoy a alguien que se confiese?

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid