San Lucas 9, 18-22: Contemplar el mundo y reconocer a Dios
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

En la primera lectura leemos un hermosos poema, referido al tiempo. El autor observa que se suceden los acontecimientos y que parece como si hubiera un momento para cada cosa. Las hay hermosas y las hay dolorosas. Sin embargo parece que es impredecible qué acontecimiento va a suceder al anterior. Se señala como al principio Dios todo lo había hecho hermoso y, sin embargo, parece como si el hombre, situado en medio de ese cosmos, fuera incapaz de comprender su sentido.

Hay una pregunta: “¿Qué saca el obrero de sus fatigas?”. Según como se responda puede parecer que nos abocamos a la nada. ¡Cuántas veces no pensamos que no sirve para nada todo el esfuerzo que hemos realizado! ¡Que ha sido un tiempo perdido! Pero no parece esa la respuesta del autor, porque en seguida remite a Dios. Esta es la primera enseñanza. La grandeza del mundo nos supera y su complejidad es mayor que nuestra capacidad de comprensión. Si nos quedamos solos ante ella somos como un punto insignificante en una inmensidad indescifrable. Pero también se nos dice: “les dio el mundo para que pensaran, y el hombre no abarca las obras que hizo Dios”.

Ante el mundo, con sus ciclos y sus leyes, no podemos dejar de percibir la singularidad del ser humano. El mundo es grande, pero el hombre tiene capacidad para pensar. Por eso más allá de la sorpresa inicial ante toda la magnificencia que se despliega ante sus ojos, el hombre puede volver sobre sí mismo. Descubre que todo ha sido creado por Dios, y que es hermoso. Esa hermosura se refiere también a que el mundo tiene un orden, y no es el resultado de un azar, sino que tiene un Creador, que le ha dado la existencia. Es más, el autor de este texto nos recuerda que ese mundo le ha sido dado al hombre. Al invitarlo a pensar se señala también que el hombre, más allá de las leyes que descubre en el mundo, no está sujeto a un destino sino que tiene que decidir sobre su propia existencia. Esa es una tarea ineludible, porque inmediatamente nos damos cuenta de que los ciclos de la naturaleza se repiten, pero el obrar del hombre es impredecible. A veces observamos niños que han tenido la misma educación y que actúan de formas muy distintas o nosotros mismos nos sorprendemos con comportamientos que nos parecerían impensables hasta ese momento.

Esta el mundo, inabarcable para el hombre en su grandeza, con sus leyes que pueden ser observadas y estudiadas. Pero también está el hombre, que descubre su libertad. Se da cuenta de que su relación con Dios es distinta al resto de lo existente. Su obrar pasa por leer lo que Dios quiere y comportarse de la manera adecuada. Su tiempo no viene inscrito como una pesada ley que es inevitable, sino que le es dado para que lo maneje según crea. Pero no puede evitar reconocer Quién se esconde detrás de todo el cosmos y también como razón última de su misma existencia.

El hombre es pequeño ante el mundo que admira, pero es grande, comparado con ese mismo mundo ante Dios. A ello se refiere el salmo de hoy: “¿Qué es el hombre para que te fijes en él?” Si se manifiesta la bondad de Dios en su obra creadora, su amor aún se hace más evidente en el singular cuidado que tiene hacia el hombre. De ahí que en nosotros surja un canto de alabanza ante la grandeza de Dios y por su misericordia hacia nosotros.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid