San Marcos 10, 2-16: Serán los dos una sola carne
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Gén 2,18-24; Sal 127; Sant 2,9-11; Mc 10,2-16

Y san Pablo no ha de tener mejor ocurrencia que, para explicarlo, decirnos que esa es la unión entre Cristo y la Iglesia: unión carnal, de manera que se da analogía rotunda con la unión entre marido y mujer, explicando esta por aquella, hasta el punto de que podemos manifestar la unión carnal de dos carnes en una sola por la unión carnal entre Cristo y su Iglesia. Unión sacramental. Sacramentalidad de la unión sexual entre marido y mujer. Sacramentalidad de la producción de hijos en el seno del matrimonio. Sacramentalidad de lo que podríamos decir más rotundamente material, y que leeremos en un contexto de la más alta espiritualidad, en la pura mística de la unión carnal de Cristo con su Iglesia. La palabra analogía es esencial en esta comercio. La unión sacramental del matrimonio está en el centro mismo de nuestra relación con Dios Padre a través de su Hijo. Lo que, miradas las cosas mal, podría parecer la mística más escapista y etérea, resulta que es el lugar en donde se nos da la sacramentalidad de la materia en la unión sexual de marido y mujer. Siendo así las cosas, la vida en el celibato por el Reino está íntimamente entremezclada con la analogía que eleva la carne poniéndola en el centro mismo de la relación de Cristo con su Iglesia. Así pues, tanto este matrimonio como este celibato expresan el centro mismo del amor. Viviéndose en el amor expresan el amor de Cristo por su Iglesia. Viviendo la relación con Cristo, como este se relaciona con su Iglesia, ponemos en uno y otro caso la materialidad de la vida sexual en el centro mismo del amor. Expresan amor de Dios. Amor de Dios, en Cristo, hacia nosotros, sea en el sacramento del matrimonio sea en la ofrenda del celibato por el Reino. Amor de nosotros, por Cristo, al Padre.

Siendo las cosas así, mirándolas de esta manera, con mirada de Jesús, al haber puesto el matrimonio cristiano en el centro de nuestra relación con Dios, a través de Cristo, comprendemos las palabras de Jesús en el evangelio de Marcos, comentario a las que hemos leído en la lectura del Génesis. De modo que ya no son dos carnes sueltas, sino una sola carne unida. Aunque parezca contradictorio: unión mística de la sacramentalidad de la materia sexual. Marido y mujer se hacen una sola carne. ¿Cómo se podrá, por tanto, separar eso que es uno?, ¿cómo podrá separarse el Hijo del Padre o el Padre del Hijo?, ¿cómo podrá separarse la Iglesia de Cristo o Cristo de su Iglesia?

Y, sin embargo, somos muchos los que dicen, o que decimos, no lo sé, que algo hay que hacer ante la debacle en la que estamos en esto del matrimonio, y, seguramente, también en esto del celibato. Nadie parece tomar en serio este cuajo del que Jesús nos habla. Bueno, decimos, o dicen, no lo sé, todo eso ha de cumplirse, quizá, pero por un tiempo, mientras dure; mientras lo resistamos; mientras nos siga apeteciendo. Hoy entre nosotros el 60% de los matrimonios son civiles, y vete a saber cuántos resisten de ese 40% restante, olvidándonos de la legión de parejas de hecho. ¿Qué está pasando entre nosotros? Y lo decisivo no es cómo viven los que viven como quieren, sino cómo vivimos los que queremos seguir a Jesús. ¿Le seguiremos también nosotros por un rato, mientras nos vaya apeteciendo? ¿Queda todavía algún resto de pobres de Yahvé?

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid