San Lucas 10,38-42: Cuando aquel que me escogió y me llamó
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Gál 1,13-24; Sal 138; Lc 10,38-42

Es verdad, san Pablo se refiere a sí mismo, pero ¿no acontecerá algo similar con nosotros, contigo y conmigo? ¿No puedo decir también que el Señor me escogió y me llamó? Seguramente de una manera más discreta, es posible que antes no fuera perseguidor de la Iglesia, pero lo cierto es que también sentí esa llamada y me vi concernido por esa elección. No busco ser tan grande como Pablo, ni para eso fui llamado, cada uno tiene la plenitud de la vocación que el Señor le da para que anuncie el Evangelio allá donde él le ha puesto. Quizá no pueda otra cosa que repetir el gesto maravilloso de don Bosco cuando se le acerca un chaval pidiéndole algo: le da la mano derecha extendida con la palma hacia arriba, pero si no hay nada, a lo que Juan con la izquierda puesta vertical, dividiendo en dos la mano derecha, le dice con inusitado cariño: la mitad para ti. ¿Quién no puede vivir de ese gesto? Gesto de quien es escogido y llamado. Como el beso de Francisco al leproso o la caricia de Madre Teresa al moribundo tumbado en la acera de Calcuta, al que ya solo le resta morir. ¿Cómo diré, pues, que nada puedo?, ¿que no sé como predicar el Evangelio de Jesús, el Cristo? Me escogió y me llamó para que repita ese gesto de compartirlo todo con el otro, precisamente cuando nada tengo. ¿Qué haré, por tanto, sino gritar: guíame por el camino eterno? Tú me sondeas y me conoces, tú conoces lo más intimo de mi ser. Tú has sido quien has creado en mí entrañas de misericordia, escogiéndome y llamándome. ¿Qué haré, pues? Repartir eso que no tengo, pero lo haré con un gesto de plenitud, para que seas tú quien rellene mi vacío, y el otro, necesitado de lo mío, reciba eso que no tengo. No corretearé con Pablo predicando a grandes voces el Evangelio de Cristo, pero sí daré de su misericordia a palmos, por más que la palma de mi mano aparezca vacía. Quizá el Señor me ha escogido y me ha llamado para que dé mi vida a palmos, aunque la palma de mi vida una y otra vez esté vacía de lo que no tengo, mas llena su vaciedad con la ternura infinita de Dios.

¿No podré hacer como Marta y María, tan distintas en sus quehaceres, tan iguales en su sororidad? Al menos yo, seguramente, unas veces como Marta y otras como María. Es verdad que María ha elegido la mejor parte, pero ahí queda la de Marta, sin la cual el Señor no hubiera sido acogido ni servido. Nadie me quitará la parte de María que tengo dentro de mí, eso es seguro, pero necesitaré ser también como Marta, porque la casa debe estar cuidada, y el cuidado es esencial en mi vida. Sin embargo, hay algo más que el cuidado: el mirar arrobado al Señor, ¿Cómo seré María sin ser a la vez Marta? Mi vida, pues, será un reparto entre el tiempo de María y el tiempo de Marta. ¿Cómo llenaré la palma de mi mano vacía de la que regalo la mitad a quien necesita lo que le ofrezco, si no la relleno con la ternura de mi mirada a Jesús, el Señor? ¿Me llamó el Señor y me escogió para ser como Marta? Sin duda. Pero nunca podré ser como ella, si no soy también como María su hermana, quien, conmigo, elige la mejor parte.
Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid