San Lucas 12, 39-48: Al que mucho se le dio.
Autor: Arquidiócesis  de Madrid
Todos los días me preguntan quince o veintisiete veces cuándo vamos a consagrar el templo parroquial. Lo cierto es que no tengo ni idea, y en cuanto lo sepa lo sabrá todo el mundo, tenemos que aclarar ciertos temas con la empresa constructora y luego sacar las licencias, no sé si serán dos meses o diecisiete años. Lo comprendo, salir del barracón (o quedarse fuera los domingos), y ver la parroquia prácticamente terminada y sin uso da un poco de rabia. Incluso algunos te dicen que ya vendrán a la parroquia cuando esté funcionando el nuevo templo, mientras tanto se irán a otra más cómoda. Los que más ganas tenemos de cambiarse somos los sacerdotes, pero también se aprende mucho cuando uno está unos años en precario: Lo importante, el Sagrario. El descanso, la Misa. El calor, el humano. El comienzo de una parroquia, como el de los niños: pequeños, desprotegidos y carentes de casi todo, menos de vida. En estos años en precario puedo decir que he recibido mucho, me asusta la idea de no seguir correspondiendo cuando las cosas sean más cómodas, y olvidarme de lo importante, de él importante.

“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Creo que cualquiera de nosotros mentiría si dijésemos que hemos recibido poco de Dios. Sí, hemos tenido dificultades, problemas, miserias personales, dificultades por todas partes…, pero hemos recibido tanto a la vez. Estoy convencido que cuando veamos nuestra vida como la ve Jesús nos daremos cuenta que siempre está a nuestro lado, que ha derramado gracia tras gracia y nosotros creíamos que era nuestro esfuerzo y bien hacer. Y cuando nos encontrábamos con las dificultades, incomprensiones, desprecios no éramos tanto nosotros quienes las sufríamos sino el mismo Cristo, del que somos su Cuerpo. Cuando nos parecía que Dios se escondía, la oración se hacía pesada o trabajosa, cuando nos rozaba la tibieza y se enfriaba nuestra alma veremos que teníamos “libre y confiado acceso a Dios, por la fe en él” y nunca nos ha cerrado las puertas.

Así, aunque pedimos mucho a Dios, él tiene también el derecho de exigirnos. Nos suena raro decir que Dios exige, pero ¿No exige un padre a su hijo?. Es una exigencia que nace del amor del que antes nos lo ha dado todo. Dios nunca nos exigirá nada que no podamos hacer. La exigencia de la fe es entregar la vida, y cuando se cae en la cuenta que la vida y todos sus dones nos han sido dados uno la entrega con alegría.

La Virgen lo da todo pues sabe que el Señor ha hecho cosas grandes en ella, también las está haciendo en nosotros, no rehuyamos las exigencias de Dios…, y cuando las cosas sean más fáciles tendemos que dar más.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid