San Lucas 14, 15-24: Los sentimientos de Cristo Jesús
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Hoy seguimos leyendo fragmentos de la carta de san Pablo a los cristianos de Filipos. Si ayer les exhortaba, también a nosotros, a la unidad, hoy escuchamos como el fundamento de todo se encuentra en Cristo. Para el cristiano todo el sentido de la vida se encuentra en el Señor. ¿Qué hemos de hacer sino penetrar cada vez más en el Corazón del Hijo de Dios para conocerlo mejor? Y a la luz de ese conocimiento amoroso también nos iremos descubriendo mejor a nosotros mismos. Y veremos que es posible, en cualquier circunstancia, crecer en la amistad con Jesús.

San Pablo nos conduce a un conocimiento de Cristo que empieza por su naturaleza divina. Así va a mostrarnos que aún es más maravilloso todo lo que va a recordar. Porque quien era Dios asumió la condición de hombre (se rebajó), y aún después siguió descendiendo en su humildad para entregar su vida por nosotros con una muerte que conjugaba el sufrimiento y la ignominia (la cruz).

En el contexto de la carta descubrimos que san Pablo no está haciendo simplemente una indicación para decirnos que seamos buenos, sino que nos dice que hay un modo propio de comportarse que corresponde a la identificación con Cristo. Existe la tentación a creerse superiores, a querer mantener una vida religiosa que no nos suponga ninguna humillación a favor de los demás. San Pablo nos recuerda que todo verdadero amor pasa por abajarse. De hecho Dios no nos ama por nuestra bondad, sino que lo hace para que seamos buenos. Kierkegaard, un pensador danés, recordaba que si Jesucristo hubiera de amarnos cuando nosotros estuviéramos a su nivel nunca podría haberlo hecho. La grandeza de su amor se muestra en que desciende a nuestro nivel y, amándonos, nos hace buenos. Desciende para que nosotros podamos subir. Y de esa manera nos da ejemplo a nosotros. Y no solo eso, sino que nos ayuda con su gracia.

Fijémonos en que el Apóstol utiliza un lenguaje sorprendente. Así, por ejemplo, dice que Jesús “tomó la condición de esclavo”, o que “se hizo obediente”. Ser esclavo significa someterse al deseo de otro. Cristo se somete a nuestro deseo de felicidad, enturbiado por el pecado, para que este pueda cumplirse verdaderamente. Queremos ser felices y no sabemos como hacerlo. Nuestro camino de felicidad está marcado por el capricho y el desorden. Jesús se rebaja para sanar nuestro corazón y, siendo obediente la Padre, nos conduce a nosotros a la obediencia. Con la paradoja de que nuestra obediencia a Dios supone también nuestra felicidad.

Hoy celebramos también la memoria de Los mártires del siglo XX en España. Son numerosos, y aún estamos a la espera de que la Iglesia proclame beatos a otros muchos. En los mártires encontramos un ejemplo de identificación con Cristo también en el camino de la muerte. Fueron obedientes, porque no negaron a su Señor ni aún ante las amenazas de la muerte. Por el contrario, aceptaron el sufrimiento, y lo vivieron con amor. Muchos de ellos entregaron la vida personando a sus verdugos. De esa manera querían conducirlos también a la reconciliación con Dios, a la felicidad que ellos ya experimentaban y que gozan ahora más plenamente en el cielo. Pidamos su intercesión para que también nosotros alcancemos una identificación tan grande con Cristo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid