San Juan 2, 13-22: Nuestra Señora de la Almudena
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Hoy, en la Archidiócesis de Madrid, celebramos la Solemnidad de la Virgen de la Almudena, nuestra patrona. Una antigua tradición señala que cuando los cristianos huyeron de la ciudad escondieron la imagen de la Virgen que, siglos más tarde cuando pudieron regresar a sus hogares, fue recuperada milagrosamente. Esta historia nos hace pensar en una Madre que siempre nos está esperando para que podamos, a su alrededor, constituir un hogar. De hecho, si ella esperó entonces a sus hijos, también ahora desea que nos congreguemos junto a ella alrededor de su Hijo formando parte de esa gran familia que es la Iglesia.

Una autora alemana señalaba que la mujer es como la memoria del hombre. De manera plena la Virgen es la memoria de los cristianos. En el evangelio de san Lucas se señala por dos veces que María guardaba todos los acontecimientos de su Hijo en su corazón y los meditaba. Si el guardar indica el afecto cuidadoso de la Madre que no desea que nada se pierda, el hecho de meditar indica la actualidad de la relación con su Hijo y la fecundidad de ello. Podemos unirlo a la presencia de la Virgen junto a la cruz de su Hijo. También estaba allí para que no se perdiera nada de la sangre de su Hijo y para que la entrega sacrificial de la cruz fuera eficaz. A través del corazón de María, la entrega de Cristo sigue siendo fecunda, engendrando nuevos hogares que se incorporan al hogar que se forma en torno a María.

Pero también la Virgen nos enseña a cómo formar verdaderamente este hogar. Ella es la presencia cercana y amorosa en torno a la cual sentimos en primer lugar la gracia de la acogida. Quién recibió en sus entrañas al Verbo eterno y, a través de ella se introdujo en el tiempo, nos lleva también a una relación con Dios. Nos introduce en la relación con su Hijo. Al hacerlo es para nosotros fuente de consuelo, refugio, amparo,… tantas cosas de las que en este tiempo nosotros tenemos necesidad, especialmente en estos tiempos en que las circunstancias nos hacen percibir con mayor crudeza nuestra fragilidad e indigencia.

En estos tiempos de desorientación su mirada amorosa nos atrae, y sabemos que en ella podemos alcanzar la serenidad que buscamos, porque ella tiene lo más grande. De sus brazos podemos recibir a Cristo, que nos ofrece con su corazón de madre. Al don del Hijo se añade el modo como se nos entrega, a través de su madre. Cuando nos paramos a contemplar la imagen es difícil no dejarse arrastrar por la ternura que envuelve la imagen y que es una llamada a abrir nuestro corazón, y a llamarla, desde los balbuceos de nuestra incapacidad: madre. Porque su Hijo quiere que también sea nuestra madre, que la que Él ha colmado de gracia, sea el canal para que su amor llegue hasta todos nosotros; un amor transformante que nos hace ser verdaderamente hijos.

Tras la acogida, introducidos en esa relación filial, y en el hogar de la Iglesia somos conducidos a vivir como ella. A vivir un amor concreto hacia los que tenemos más cerca, aquí en Madrid. Somos llamados a extender ese hogar a nuestro alrededor, difundiendo el amor de Cristo a nuestro alrededor. Ese amor que es la única respuesta a las necesidades y anhelos más profundos de todos los hombres.


Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid