San Lucas 2, 41-52: La familia
Autor: Arquidiócesis  de Madrid
Ecle 3,2-6.12-14; Sal 127; Col 3,12-21: Lc 2,41-52

Se diría que la familia es algo que ha explotado, al menos así lo parece si miramos solo las leyes y su entendimiento por quienes las dictan y reconfortan. Bueno, al menos si entendemos la familia como la vida en pareja abierta a la producción de hijos. ¿Es una insensatez utilizar aquí la palabra producción? Al contrario, es esencial para entender qué es esto de la familia; la palabra hace de navaja de fino corte. Puede haber muchas instituciones, personales o sociales, que recogen a niños abandonados o en dificultades. Y eso, no me cabe duda, siempre es bueno, con tal de que esas instituciones lo hagan con el cuidado, cariño y continuidad que aquí es necesario. Recuérdese cómo instituciones, en definitiva, son siempre personas. Por tanto, no me refiero a puras leyes, sino a realidades: a cuidados. Pero hay un lugar en el que los hijos son producidos. La institución, es decir, las personas, que hasta el presente producía a los hijos, recogiéndolos, era la familia formada por un hombre y una mujer. Los hijos eran frutos biológico de su amor, vinculado en el sí definitivo que buscaba el para siempre, pues para siempre fueron producidos esos hijos. Ya sé que ahora el lugar en donde se producen los hijos es de más en más el laboratorio, pero esto puede ser un espejismo insensato: la materia biológica de la que naces sigue siendo producida por la pareja de hombre y mujer. ¿Y si un día ya no es así? Pues, preparándonos desde ahora al decir del futuro, ya veremos. Entiendo que las cosas hoy se nos presentan de manera muy distinta a como se presentaban ayer. Pero la palabra producción y el cuidado siguen siendo el nervio quicial de la familia.

Salvado el preámbulo definitivo que acabo de exponer, esto no significa, evidentemente, que en toda familia, como en toda unión en pareja, produzca o no hijos, sea porque no puede tenerlos, sea porque los adopta, el amor no sea cosa esencial. Y la familia es en el amor donde se abre a la producción de hijos y al cuidado de ellos mientras sea necesario, que equivale a decir siempre, pues la familia en el espacio y en el tiempo se extiende en sus producciones amorosas constituyendo algo así como una pequeña tribu de relaciones intrincadas. Mas siempre un amor de cuidadosa apertura; dejadme que lo diga así, un amor productivo. Relaciones de amor mutuo, aunque, lo sabemos bien, ni siempre ni en todos los momentos de ese espacio y de ese tiempo cuasi tribal. Pero el núcleo de la familia es el cuidado que se funda en el amor. Piénsese, por ejemplo, en el papel tan esencial, quizá más esencial que nunca, de la familia en el cuidado de sus miembros en esta crisis tan espantosa en la que hemos caído, viviendo con esa inmensa cantidad de parados sin recursos, de gentes sin trabajo, lo que afecta, sobre todo, a los jóvenes. Sin las relaciones de afecto y cuidado tan deseosos de no abandonar a los miembros producidos en el seno de la familia, hubiera habido hace tiempo una gran explosión social.

En este contexto miremos a la familia de Nazaret en el evangelio de hoy. ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en los asuntos de mi Padre? La familia es lugar de apertura en donde al Hijo —y tú y yo también somos hijos— se le propone la libertad, acogiéndole para que cumpla su vocación propia. Nunca esponja absorbente que busca retener, sino cuidadosa fuente de amor y de actividad.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid