San Mateo 11, 25-30
De sabios y entendidos

Autor: Arquidiócesis  de Madrid



libro del Eclesiástico 15, 1-6;Sal 88, 2-3. 6-7. 8-9. 16-17. 18-19;Mateo 11, 25-30

Siempre hay y habrá listillos. Personas que se lo saben todo, opinan de todo y todo lo habrían hecho de forma diferente a la que tú habías elegido. Suelen ser bastante insoportables y siempre quieren tener la última palabra. Sería un error equiparar a estos listillos, charlatanes de feria, son los sabios y entendidos. Los sabios y entendidos estudiaban, escudriñaban en las Escrituras, le daban vueltas y revueltas a las cosas para descubrir lo que Dios quería. Pero de darle tantas vueltas se marearon y cuando se encontraron frente a frente con Dios encarnado, no supieron reconocerlo. Eran sabios, pero se pasaron de listillos.

¿Qué es entonces la sabiduría? Nos lo contestan las lecturas de hoy:

“ El que teme al Señor obrará así, observando la ley, alcanzará la sabiduría.” ¿Y qué es observar la ley? Pues es relativamente sencillo: “ Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.” Es decir, que la sabiduría consiste en estar con Cristo. En palabras de la Santa de Ávila, (de la que hoy celebramos la fiesta) sería “Juntos andemos Señor, por donde fuisteis, tengo que ir; por donde pasastes, tengo que pasar.” El sabio, en cristiano, podría decir como San Pablo a los Gálatas:” Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.”

Puede parecer una meta muy alta y, efectivamente, lo es. Pero nos engañaríamos si pensásemos que no es para todos o que sólo unos pocos escogidos pueden alcanzar la sabiduría. “ Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como la esposa de la juventud.” La sabiduría es un don que tenemos que pedir constantemente al Espíritu Santo. En el libro de su vida Santa Teresa va relatando cómo el Señor la fue llevando y, aunque a veces ella se resistía, fue trasformándola y guiándola. No le fue fácil, le costó muchos esfuerzos, pero encontraba con Dios “su descanso.” Palpó en su vida que el yugo es llevadero y la carga ligera, si es realmente la que Cristo nos da. Es tan natural como vivir, para Dios hemos sido creados. Por eso la joven Edith Stein podrá exclamar -tras leerse en una noche el libro de la Vida de Santa Teresa-, “¡Esta es la Verdad!” y se convertiría al catolicismo.
Por eso el Señor nos pide sencillez. Sólo los sencillos pueden encontrar a Cristo, ya sea en la cumbre del Tabor o en la del Gólgota. Los cristianos no buscamos una “idea” de Dios, no intentamos desentrañar los misterios de los místicos, simplemente seguimos a Cristo vivo y Él, como un divino cicerone, nos enseña al Padre.

Ojalá pidamos al Señor, cada día, la sabiduría de conocerle y de amarle. Que nunca pensemos que eso es “para otros,” somos tu y yo los que tenemos que alcanzar “gozo y alegría.”

Santa Teresa era (es) profundamente mariana, que la Virgen del Carmelo nos ayude a pedir cada día, la gracia de la sabiduría. Hoy, a pesar de alargar algo más este comentario, me despido con unos versos de Santa Teresa.

Ya toda me entregué y di
Y de tal suerte he trocado
Que mi Amado para mi
Y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
Me tiró y dejó herida
En los brazos del amor
Mi alma quedó rendida,
Y cobrando nueva vida
De tal manera he trocado
Que mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
Enherbolada de amor
Y mi alma quedó hecha
Una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
Pues a mi Dios me he entregado,
Y mi Amado para mí
Y yo soy para mi Amado.





Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid