San Lucas 18, 35-43:
¿A quién pedimos?

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

 

Hay personas, entre las que no me encuentro, que tienen el don de saber pedir. Tengo que reconocer que a mi me da una vergüenza horrible y me conformo con cualquier cosa. Si pido y no me dan de inmediato, no insisto. Sin embargo conozco a otros que están “erre que erre” hasta que consiguen lo que quieren. Con Dios no me pasa lo mismo, no tengo miedo a ser pesado y confío plenamente en sus tiempos que, me guste o no, serán los míos.

“ Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: -« ¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!» Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal.” Es curioso que estos israelitas apóstatas no tengan miedo en ir a pedir al mismo rey, pero no saben pedir a Dios. Un pueblo que nace de la promesa de Dios, de su paciencia y su misericordia, se “aburre” de Dios y decide pactar con las naciones vecinas antes que guardar el pacto de la Alianza. También hoy parece que muchos se han cansado de la Nueva Alianza. Mejor que pedir a Dios y ser hombres y mujeres de oración, se prefiere confiar en los medios que la sociedad nos ofrece, que muchas veces son la corrupción, el engaño, la mentira, la codicia o el placer inmediato. Muchos ocultan su condición de bautizados, reniegan de Dios con sus actos y “se venden para hacer el mal.” No se dan cuenta que lo que uno recibe es adecuado a quién le pide, es decir, que nadie da lo que no tiene, y si queremos la paz, la felicidad, la libertad y el verdadero amor tendremos que recurrir a la fuente de la Paz, la Felicidad, la Libertad y el Amor. En otros sitios sólo encontraremos sucedáneos.

El Evangelio nos muestra al ciego que pide al borde del camino. Podría haberse revelado contra Dios, maldecir su suerte y buscar consuelo en su desgracia. Sin embargo, sabe esperar, al borde del camino. Su fe, que no sólo demostraría en los gritos detrás de Jesús, sino mucho tiempo antes, le hacía esperar y confiar. Y cuando le dicen que pasa Jesús Nazareno entonces pide lo impensable. Lo que no podía pedir a ningún hombre, lo que no hubiera conseguido ni aunque el doctor Barraquer hubiera nacido unos siglos antes. Pide con fe, y Dios concede. También hoy se ven milagros no menos espectaculares que el devolver la vista a los ciegos. La oración de tantas almas contemplativas en el silencio de sus conventos, el trabajo callado y lleno de oración de tantas madres de familia, las buenas obras que, desde el anonimato, hacen tantos y tantos cristianos en medio del mundo, aunque a los ojos de muchos sea una espera sin sentido, nos mantienen alerta para saber cuándo el Señor pasa, y nos dan la confianza para pedirle lo imposible.
La Virgen sabe pedir, y pide por nosotros “pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.”

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid