San Lucas 18, 1-8:
¡No tardes, Jesús!

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

 

Sab 18, 14-16. 19, 6-9; Sal 104; Lc 18, 1-8

Ahora entiendo bien lo de la viuda: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”, pensaba el juez inicuo. La impaciencia despierta en el hombre - y en la mujer- el “deseo abofeteador”.

“Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado”. Sé que estas palabras del Libro de la Sabiduría, que se cumplieron cuando el Hijo de Dios se hizo hombre en las Purísimas Entrañas de la Virgen, habrán de llegar a su plenitud cuando Jesús vuelva entre las nubes del Cielo. Yo no sé cuándo llegará ese día; pero, cuando por fin Jesús vuelva, tengo miedo de reaccionar como Ketchup. Por un lado está la enorme herida de la nostalgia: mi corazón busca su descanso en Alguien a quien no ve, a quien nunca ha visto, y a quien cada día espera ver sin lograrlo… Por otro lado está la mala leche; últimamente se apodera de mí con una fuerza inusitada. Y -cosas mías- sueño que vuelve el Señor, y yo me abrazo a Él, me echo a llorar, y lo abofeteo. Por soñar, hasta sueño que mis bofetadas le parecen besos.

¡Tardas mucho, Jesús, tardas mucho! Nos pides que velemos, que esperemos cada día tu regreso, y nos mantengamos en guardia… Pero ¿cuánto crees que puedo esperar? ¿Acaso me estás pidiendo a mí, que no tengo de ti ni un recuerdo porque jamás te he visto, que me quede colgado de la noche hasta la muerte? Ya me duelen hasta las imágenes. Le pongo pegas a los crucifijos, le pongo pegas a las tallas de la Virgen…
Qué no decir de los restaurantes, los ordenadores, los libros (últimamente he cerrado dos furiosamente nada más comenzar a leerlos)… ¡Las personas! Le pongo pegas a todo, pero es culpa tuya. Me enseñaste a esperar demasiado, y ahora nada me conte