San Lucas 17, 26-37:
Colgados de una mirada

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

 

Sab 13, 1-9; Sal 18; Lc 17, 26-37

Vivimos colgados de los ojos… ¿Cómo explicártelo? Observa, por ejemplo, las cabezas de los espectadores durante un partido de tenis; es gracioso ver el modo en que se mueven de izquierda a derecha siguiendo a la pelota. Es como si, al prestar atención a algo, lanzásemos una cuerda que se enganchara al objeto de nuestro interés; después nos colgamos de esa cuerda, y nos dejamos llevar como una marioneta. No en vano hablamos de “estar enganchado”, “vivir pendiente de…”, o, en el peor de los casos, de “estar colgado”.

La cosa es menos divertida si nos damos cuenta de lo mucho que está en juego. A muchos se le fueron los ojos, una vez, detrás de una figura hermosa. Lanzaron la cuerda, se dejaron llevar, y ni siquiera se detuvieron a comprobar si lo que había dentro de aquella figura era para ellos. Pasaron los años y, cuando los sentidos se acostumbraron a aquel cuerpo, cuando el brillo de aquella figura dejó de deslumbrarlos, cuando el tiempo hizo su labor y aquellos miembros comenzaron a deteriorarse, la cuerda se volvió cadena, y la cadena fracaso… ¡Hay que pensárselo más antes de lanzar la cuerda, muchacho!

Nadie puede permanecer mucho tiempo con esa cuerda entre las manos, porque el mundo tiembla y hay que encontrar un asidero. Todos necesitamos un punto fijo hacia el que dirigir nuestra vida, y, cuando lo encontramos, hacemos como aquel avaro, que hasta prestaba atención con interés. Tú vives también pendiente de algo… ¿de qué? ¿Dónde está el otro extremo de tu cuerda?

El día en que el Señor vuelva (¡puede ser hoy!) todo sucederá como en una enorme socatira: cielos y tierra se precipitarán en la muerte, arrastrando tras de sí a todos aquellos cuya cuerda estaba enganchada a los seres creados. A la vez, Jesús se manifestará; su Divina Faz se presentará de nuevo a la vista de todo hombre, y entonces tirará hacia la Vida de las cuerdas de aquellos que vivían pendientes de Él. Para ellos será un día de gozo; para los otros, un día de angustia. Esta es la dramática socatira que nos espera.

Sé que vivir pendiente de Jesús no es fácil. Para vivir según el salmo: “Nuestros ojos están fijos en el Señor” (cf. Sal 123), es necesario lanzar la cuerda al vacío y vivir colgados de la noche… A Jesús no lo vemos; no lo hemos visto nunca. Y prestarle atención a Él supone vivir clavados en el hambre, fijos los ojos en la oscuridad y diciendo “no” a las criaturas mientras esperamos que aparezca… Lo sé. Vivir pendiente de Jesús es sufrir, porque, como hoy te revela la Sabiduría, las criaturas te hablan de Él pero no son Él, y por eso te hacen llorar de nostalgia. Vivir pendiente de Jesús es dejar pasar trenes, uno tras otro, porque sabes que aún no ha llegado el tuyo, pero entre tanto te estás muriendo de frío. Es vivir como María, en un sábado santo permanente. Pero, si no rompes la cuerda, si no desprecias las lágrimas y esperas un poquito más… Él vendrá.

Te lo ha prometido.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid