San Lucas 4, 21-30:
Hoy, no mañana

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

 

Jeremías 1, 4-5. 17-19; Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17 ; Corintios 12, 31-13, 13; San Lucas 4, 21-30

Nos pasamos la vida esperando un Salvador y, cuando aparece, no queremos reconocerlo. Es lo que sucedió aquel día en la sinagoga de Nazaret y nos narra el Evangelio de este domingo. Cada sábado acudían a la sinagoga y escuchaban las profecías del Antiguo Testamento. Después alguien las explicaba. Seguramente hacía interpretaciones en las que el mensaje quedaba postergado para otros días. Se hablaba con entusiasmo y esperanza fingida del Mesías que había de llegar y poco más. No todo el mundo debía ser así, pero por el contexto del relato no parece que esa fuera una actitud poco frecuente.

Entonces llega Jesús y dice “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y sucede un fenómeno curioso. Primero se admiran y aprueban lo que Jesús dice, pero después quieren asesinarlo. Salvando las distancias es quizás lo que hacemos nosotros al escuchar la Palabra de Dios. Hay que ser muy cerrado de mente para no sorprenderse una y otra vez de las palabras del Evangelio. Nada más verdadero se ha dicho ni se escuchará en el mundo. Pero de ese entusiasmo primero es fácil pasar al desprecio como sucedió aquel día en Nazaret. En medio igual interviene la duda racionalista. ¿Cómo puede ser verdad todo lo que dice Jesús? Y es esa falta de fe en la eficacia de la palabra de Jesús la que acaba convirtiendo un mensaje de salvación en un simple discurso bonito.

Jesús anuncia la salvación para hoy. Ese hoy no es sólo aquel día concreto en que pronunció esas palabras, sino el de cada día. También el nuestro. La salvación ya no se posterga más, está aquí, porque Jesucristo está con nosotros. Ese hoy se perpetúa hasta el retorno glorioso de Cristo.

Cuando vamos a Misa y escuchamos la Palabra de Dios no hemos de pensar que se trata de un relato atemporal. Es algo que Dios nos quiere decir en ese momento. El sacerdote, o quien predique, nos ayudará a entender y aplicar en nuestra vida lo que el Señor nos dice. Pero nosotros hemos de acudir sabiendo que allí se nos anuncia una palabra de salvación que es válida para este día. ¡Cuánto daño nos hacemos al pensar que ya sabemos el Evangelio, o que no hay nada nuevo que el Señor nos quiera hacer saber!

Podemos cometer el mismo error que los convecinos de Jesús. Lo conocían desde pequeño y lo sabían todo sobre Él y su familia, aunque ignoraban lo más importante. También nosotros podemos comportarnos así ante la Palabra de Dios. Si eso nos pasa es que hemos tomado la Biblia como un conjunto de libros muertos que basta con estudiar a fondo. En cambio es una palabra viva y eficaz que no pasa nunca y que tiene la virtualidad de adaptarse e iluminar nuestra situación concreta. Por ello siempre hemos de acudir a ella con respeto y sencillez, dispuestos a dejar hablar a Dios y no a impedirle expresarse.

Me contaban de un gran predicador de Ejercicios, un profesional de la plática espiritual, que un día confesó a un compañero “Ayúdame, que estoy seco”. A todos nos puede pasar eso si no dejamos que la Palabra de Dios sea esa lluvia suave que empapa la tierra y la hace germinar.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid