San Marcos 6, 53-56:
Dios es un artista

Autor: Arquidiócesis  de Madrid

 

 

Génesis 1, 1-19, Sal 103, 1-2a. 5-6. 10 y 12. 24 y 35c , Marcos 6, 53-56

“Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas”. Y el autor sagrado termina con una coletilla, después de cada uno de los días del acto creador de Dios: “Y vio Dios que era bueno”… ¡Dios es un Artista! Creó el Mundo despacito, poco a poco. Siendo Dios, podría haberlo hecho todo de golpe y habérselo entregado al consumidor a bajo precio… Pero no lo hizo así, porque es un artista y se complace en su obra. Trabajó con calma, y, a cada paso del trabajo, se detuvo a contemplar las maravillas de sus manos. Miró su obra, y se complació en ella: “Y vio Dios que era bueno”. Luego, otro pasito, otra mirada, otra complacencia… Así da gusto.

El ser humano, por el contrario, da en ocasiones la sensación de funcionar con atropello y ganas de terminar pronto. Es como una gran carrera de obstáculos, pero, en este caso, al ganador se le premiará con una angina de pecho, o una foto en un periódico que dejará de ser noticia al día siguiente. Esta manera de trabajar con el tiempo va contra la propia naturaleza humana, ya que a todo hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, se le ha encomendado la noble tarea de llevar a término la obra creadora de su Señor. No se trata, por tanto, de escapar del tiempo, sino de considerar que Dios ha entrado en nuestra historia, y la ha reconciliado para su Gloria. Ponderar cada una de nuestras acciones teniendo como horizonte el tiempo de Dios es acercar la eternidad a nuestras tareas más ordinarias y cotidianas. Es presentar ante el Cielo y los hombres la más humilde de nuestras oraciones, pero con la certeza de que su eficacia nada tiene que ver con la del mundo. No trabajamos para presentar nuestros éxitos al aplauso ajeno, sino para la construcción de ese Reino de los Cielos que ya ha comenzado (¡aquí y ahora!) en cada uno de nuestros corazones… quizás oculto y escondido, pero ante la gran “pantalla” de los ojos de Dios que nos mira con ese eterno presente de gracia y misericordia.

“Colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos”. Decían del Señor que “todo lo hacía bien”, ya que “su hacer” era el del Padre, que le miraba con complacencia (el Hijo amado al que hay que escuchar), y los que pasaban junto a Él ya no deseaban dejarle. Y es que la autoridad del Señor también era un arte. Era la ciencia de Dios puesta al servicio de la humanidad. Tan solo se nos pide un requisito por nuestra parte: tener fe y confiar plenamente en Él. ¡Ahí es nada!… pero algo tendremos que hacer tú y yo para que el don de la libertad que se nos ha concedido quede en algo justificado. Más allá de obrar por instintos, nuestra racionalidad nos impele a amar a Aquel que nos ha amado primero para que su Arte impregne cada rincón de la Tierra.

Hoy se lo quiero decir yo a mi Creador: “Señor, qué bien lo has hecho todo. Ahora me invitas a trabajar contigo, y quiero yo hacerlo a tu estilo: despacito, poniendo amor en cada paso, sabiendo que todo lo que hoy haga es -debe ser- para ti. Que sea yo un digno aprendiz de tan buen Maestro. Que renuncie para siempre, y en todo, a la chapuza (aunque tenga que sufrirla). Que trabaje yo al estilo de Dios”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid