San Juan 3, 16-21:
La vida

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Hechos de los apóstoles 5, 17-26 , Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 , san Juan 3, 16-21

Tanto la primera lectura de hoy como el evangelio hablan de la vida. Dice san Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Y el ángel que libera a los apóstoles de la cárcel les dice: “Id al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida”.

Jesús dice de sí mismo que es la vida, y el cristianismo se entiende fundamentalmente como una vida. Normalmente hablamos de la vida cristiana. Esta no es más que la participación de la vida de Jesucristo en cada uno de nosotros. Juan Pablo II, refiriéndose a “la vida eterna” señaló que esta debe entenderse en primer lugar como la vida de Aquel que es Eterno. Es decir, tener vida eterna, significa que Dios me hace partícipe de su propia vida. Y lo hace sin sacarme de este mundo.

La vida eterna nos ha venido a través del sacrificio de Jesús en la cruz y de su resurrección. Por una parte Jesús ha entregado su vida en rescate por todos nosotros. Además, resucitando de entre los muertos y enviando el Espíritu Santo da una muestra aún mayor de su misericordia: nos hace partícipes de su misma vida. Por eso podemos vivir ya la eternidad en el mundo. Las verdaderas obras de la Iglesia contienen siempre esa señal. En todo lo auténticamente cristiano hay una huella de eternidad. Es por eso que en muchas cosas: edificios, obras de misericordia, fundaciones… percibimos algo de la eternidad de Dios. Los hechos y las palabras se convierten en portadoras de esa realidad más grande que no se entiende sino en Jesucristo.

Jesucristo nos da esa vida. En primer lugar la comunica a la Iglesia. Los apóstoles en primer lugar, y después todos los que han sido incorporados a la Iglesia, reciben el mandato de enseñar esa vida. Fijémonos en lo que dice el ángel “íntegramente este modo de vida”.

En primer lugar el Evangelio ha de ser explicado en su integridad: del todo. Eso no significa sabérselo de memoria, sino mostrar claramente el misterio de la Encarnación y de la Redención. Dios ha entrado en la historia y la ha redimido abriéndola a horizontes mucho más grandes. Esa vida no es comunicada por la enseñanza. Es un don que sólo puede venirnos de lo alto: nos ha de ser entregado. Es Dios quien lo da. A pesar de ello ha de ser explicado. El hombre ha de saber lo que se le ofrece para poder aceptarlo. De ahí la importancia de que nos sea explicado verdaderamente lo que se nos da.

Muchos cristianos, lamentablemente, desconocen la grandeza de lo que les ha sido dado. Es así porque nadie se lo ha explicado nunca. Así intuyen que se trata de algo grande, pero muchas veces lo viven de forma reductiva sin abrirse a todas las potencialidades que se nos ofrecen. De ahí la importancia de conocer la esperanza a la que hemos sido llamados.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid