S
an Lucas 10, 1-9:
La obsesión del anciano Pablo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

 

2Tim 1, 1-8; Sal 95; Lc 10, 1-9

Ayer caía por tierra el joven Saulo, y se levantaba enamorado y ardiente, soldado de Cristo en plenitud de fuerzas, abrasado en deseos de llevar la Cruz a toda la tierra. Hoy, Pablo es ya un anciano prisionero del romano “corredor de la muerte”, a punto de ser derramado en libación a Dios. Desde allí escribe a sus dos jóvenes “hijos en la fe” Timoteo y Tito, obispos ambos encargados de velar por las ovejas de Cristo. He leído muchas veces esas tres cartas -dos a Timoteo, y una a Tito- y no me ha costado trabajo descubrir, tras ellas, una única obsesión, un pensamiento que, sin ninguna duda, monopolizó el corazón de Pablo en los últimos años de su vida, y que vierte, en forma de especialísimo encargo, sobre aquellos jóvenes pastores:
“Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos”. Cruza conmigo este “río” de citas: “Te rogué que mandaras a algunos (…) que no enseñasen doctrinas extrañas” (1Tim 1, 3); “conserva la fe y la conciencia recta” (1Tim 1, 19); “Algunos apostatarán” (1Tim 4, 1); “Conserva el mandato sin tacha ni culpa” (1Tim 6, 14); “Timoteo, guarda el depósito” (1Tim 6, 20); “Conserva el buen depósito” (2Tim 1, 14); “Cuanto me has oído (…) confíalo a hombres fieles” (2Tim 2, 2); “Persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste” (2Tim 3, 14); “Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana (…) se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades” (2Tim 4, 3); “Hay muchos rebeldes, vanos habladores y embaucadores” (Tit 1, 10); “Repréndeles severamente, a fin de que conserven sana la fe” (Tit 1, 13); “Tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina” (Tit 2, 1); “Muéstrate dechado de (…) pureza de doctrina” (Tit 2, 7)… ¡A qué seguir!

Comenzaban a surgir, dentro de la Iglesia, los primeros “originales”: aquéllos que querían sazonar el depósito de la fe apostólica con sus opiniones, sus juicios, sus “ideas geniales”; aquellos que ya no tenían reparo en decir “la Iglesia se equivoca”… Fueron las primeras herejías las que hicieron temblar al anciano Pablo. Y, antes de morir, conjuró solemnemente a sus dos “hijos en la fe” para que guardasen intacto el depósito recibido y lo mantuviesen a salvo de las “genialidades” de los hombres.

Han pasado ya veinte siglos. Miles de herejías han sacudido el Árbol de la Iglesia, y, sin embargo, el depósito continúa intacto gracias a los desvelos de Cristo, que no ha dejado de enviar a su Esposa muchos Pablos, muchos Timoteos, muchos Titos…

Muchos santos que, renunciando a ser “originales”, han dedicado su vida -¡Y la han derramado, en muchos casos!- a obedecer, a conservar pura la doctrina. También, también hoy abundan los “originales”, los que creen ir “por delante”, los de “la Iglesia se equivoca”… ¿Tendremos hoy también, Madre de la Iglesia, Timoteos y Titos que cubran con su vida santa y obediente el preciado depósito? ¡Ruega por nosotros!

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid