San Lucas 10, 38-42:
Trabajar por Jesús pero sin Jesús

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Betania es la casa en la que Jesús quiere descansar. Representa a la Iglesia y también a cada uno de nosotros. Marta y María pueden significar, en una interpretación alegórica, a un mismo hombre en sus dos facetas de servir al Señor en la vida activa y de dedicarle tiempo en la oración. Podría simbolizar otros aspectos, pero nos quedamos con estos porque nos ayudarán más a nuestra vida espiritual.

El Señor viene a casa del hombre justo y éste quiere tratarlo bien. Por el evangelio colegimos que lo más importante es recibir a Cristo y asegurar que lo atendemos. Sin Él es fácil caer en la acción inútil. Sin oración, la acción se vuelve peligrosa porque deja de ser movida por el amor a Dios. A veces nuestra parte activa se agota en sus trabajos y quiere robar tiempo a la oración. De ahí que Marta recrimine al Señor la actitud de María. Nos puede pasar: queremos hacer tantas cosas buenas, que acabamos olvidando la importancia de cuidar nuestra relación con Cristo. Hacemos cosas por Él, pero las acabamos haciendo sin Él. Incluso, como parece que le sucede a Marta, podemos llegar a pensar que nuestra acción es más importante que nuestra relación con el Señor.

Todo trabajo ha de ir precedido de la oración. Sin ella tampoco conocemos lo que Dios espera de nosotros. Todos los grandes santos de la caridad han meditado en la oración qué esperaba el Señor de ellos. Ésa es la parte más importante. San José Benito Cottolengo, por ejemplo, desarrolló una ingente labor social al servicio de los enfermos y pobres que aún perdura. Pero toda su confianza estaba en la Divina Providencia. No dejó de atender a nadie, sabedor de que Dios no abandonaría su obra. ¿Es eso posible sin la oración? No negó su parte contemplativa, sino que hizo de ella el fundamento y el armazón de su vida activa. No dejó que Marta arrebatara a María lo que le correspondía, porque si eso hubiera sucedido, la obra dejaría de ser sobrenatural y de estar centrada en Cristo.

Si seguimos aplicando esta escena a nuestra vida, nos damos cuenta de que hagamos lo que hagamos hay que mantener la presencia de Dios. Sin ella se pierde la paciencia, como le sucede a Marta, y acabamos irritándonos y enfrentándonos con Cristo. Aquella mujer tenía confianza con el Señor, era su amiga, y por eso fue reprendida. A nosotros también nos puede pasar en algún momento. Sería terrible que nuestra parte de María dejara en algún momento de estar a los pies del Señor. Acabaríamos no sabiendo por qué hacemos nada.

Aún podemos apuntar algo más. María, a los pies del Señor, escucha su palabra. Ello nos evoca la primera parte de la Misa en la que la Palabra es proclamada y explicada. De ahí se pasa a la mesa del pan donde, por la consagración, las especies eucarísticas se transforman en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Finalmente, alimentados por Cristo, nos levantamos de la mesa, como hizo Jesús en la última Cena, para servir a los demás. Éste es un esquema que no debemos perder de vista. Somos instruidos y alimentados para poder servir a los demás. Sin el amor que Dios nos da, todo nuestro trabajo se vuelve difícil y pesado. Pero con Jesús, dejándole todo el espacio que merece, somos después capaces de las mayores obras.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid