San Mateo 5, 43-48:
¡Qué bonito es el amor!

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

 

El día de San Valentín, mientras aguardaba amorosamente en un atasco, se pudieron a hablar en un programa de radio sobre el amor. ¡Qué bonito es el amor! En nombre del amor todo vale, aunque no se ponían de acuerdo qué significaba eso de amar. Para algún contertulio era pura química e intercambio de fluidos, para otros se iniciaba con pasión y acababa en rutina, otros pedían constancia, aunque no fidelidad. Un lío. Eso pasa porque el amor se ha convertido en una simple percepción subjetiva, va antecedida de ese pequeño y peligroso vocablo: “yo.” “Yo me he enamorado” “Yo he perdido el amor” “Yo he cambiado un amor por otro amor” y una larga retahíla de “yoes” que siguen a “mí” sentimiento. Muchas veces ese amor hace sufrir, los enamorados se “atontan” y lo pasan fatal, pero no es porque hayan perdido la capacidad de amar, sino por lo que han perdido “lo suyo, a lo que tienen derecho” y se enfadan.


Sin embargo para el cristiano el amor no es algo subjetivo, el Amor existe, es Dios y participamos, por su misericordia, del amor que Él nos tiene. Por eso el amor del matrimonio o del noviazgo es una vocación, un don recibido que debo cuidar; al igual que el amor a los hijos o el amor del que se ha consagrado a Dios e incluso el amor a toda criatura, incluso a nuestros enemigos. “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?” Si el amor está en mi subjetividad intentaré rechazarlo si me hace pasarlo mal y del amor al odio hay una línea muy fina. Sin embargo, cuando descubro que soy capaz de amar porque he sido hecho a imagen y semejanza de Dios, que ama sin distinciones, entonces amaré hasta a mis enemigos, pues reconozco en ellos el amor que Dios les tiene. Descubriré que considerándose mis enemigos no me hacen daño a mí, a mi autoestima o realización personal, sino que se hacen daños a ellos mismos y, como Jesucristo, saldremos al encuentro de aquel que sufre o está perdido.


Se podrá pensar que hay cosas que no se pueden perdonar, que nos han hecho demasiado daño. Sin duda el llegar a amara a los que nos han hecho daño exige una cercanía con Dios muy grande, “ sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto,” pero sabemos que la gracia de Dios puede hacer posible lo que para nosotros parece imposible. El amor incondicional de Dios se manifiesta de una manera sublime en la Encarnación y en la cruz. Por eso los santos se han enamorado de la humanidad de Jesucristo. Por eso los mártires han ido cantando al encuentro de sus perseguidores sin ningún temor. Por eso tantos y tantas parece que están perdiendo su vida en la celda del convento, en el hospital, en la familia, en un trabajo humilde y sencillo. Por eso ha habido quien ha dejado su buen puesto de trabajo o ha renunciado al aplauso y el reconocimiento de los hombres con tal de no alejarse del amor de Dios.

El amor no es sólo algo subjetivo, un día nos encontraremos cara a cara con el Amor de Dios y esperemos darle todo nuestro amor, que es suyo. María supo, sabe, amar a Dios y por Él a todos sus hijos, pequeños y perdidos tantas veces, pero amados de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid