San Lucas 21, 25-28. 34-36:
La Tortículis

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

 

Jeremías 33, 14-16; Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14; Tesalonicenses 3, 12-4,2; Lucas 21, 25-28. 34-36


Hace unos días me levanté con tortícolis. Una noche con una mala postura del cuello consiguió que girar la cabeza fuera una verdadera tortura. Es entonces cuando uno se da cuenta de lo importante que es el cuello, y la cantidad de veces que uno mira hacia tantos lados y ese gesto- tan diario y normal- se convierte en recibir un latigazo inesperado. En esta situación leo el Evangelio de hoy : “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: … levantaos, alzad la cabeza…”; ¡maldita mi suerte!, cualquier otra cosa hubiera sido posible, pero mover la cabeza ahora: Imposible. Una cosa es que recibas un golpe y te duela, pero saber que te va a doler es muy distinto y si está en tu mano el “no sufrir” dejo el cuello quieto y lo que pase por encima, por debajo o a mis lados me trae indiferente, que el cuello es mío.
Sin embargo me cuentan que para curar la tortícolis lo que hay que hacer es mover despacito el cuello y, poco a poco, se va terminando la rigidez de los músculos volviendo a la naturalidad.

A veces pienso que vivimos en una sociedad con tortícolis espiritual. Oímos “… levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.” Pero pensamos “Esto me va a doler, mejor no me muevo”. Los agobios de la vida nos impiden hacer ejercicios diarios y constantes para fortalecer los músculos de nuestra alma. Somos incapaces de pedir consejo y nos quedamos instalados en nuestro dolor sin movernos y sin embargo hay que pedir “fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”.

Los amantes de la tortícolis son carne de cañón para atropellos o golpes en la cabeza o pisar cosas desagradables. Hay que jugársela, por no sufrir girando el cuello, se confía en que tendré suerte a la hora de cruzar la calle o dar un paseo. Se piensa: “todos se dan cuenta de lo que sufro, y por lo tanto tendrán la consideración de avisarme ante cualquier obstáculo”, hasta que un día nos damos un golpe con un árbol desconsiderado que no ha apartado la rama a nuestro paso.

Comenzamos el Adviento y hay que levantar la cabeza hacia Cristo que viene. Cuatro semanas para hacer pequeños ejercicios- aunque duelan- para que el día del Hijo del hombre no nos sorprenda. “Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús”. Es cierto, ya las conocemos. Vamos a confiar en María, nuestra madre buena, como la mejor fisioterapeuta, que nos enseñe a mirar que llegan días en que se cumplen las promesas que se hicieron a la casa de Israel y a la casa de Judá. ¡Ánimo!.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid