San Juan 8, 21-30:
Las dificultades de la vida cristiana

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

 

La primera lectura de hoy ilustra bien algunas de las circunstancias en las que podemos encontrar en nuestro caminar cristiano, y más cuando nos encontramos en el final de la Cuaresma. El pueblo de Israel ha vivido grandes acontecimientos. Dios, con prodigios admirables lo ha liberado de la esclavitud de Egipto y lo está conduciendo hacia la Tierra Prometida. ¿Pueden dudar del Señor después de todo lo que han visto? La respuesta es que no. Tampoco nosotros podemos dudar del Señor cuando hemos experimentado todo lo que ha hecho a favor nuestro. Sabemos lo grande que es la fe y cómo, gracias a ella, nuestra vida tiene sentido.

Ahora bien, Dios conduce a su pueblo por un desierto. Nos dice el libro de los Números que el pueblo estaba extenuado del camino. Se añadía el que no tenían agua y además, el maná que Dios les había dado para saciar su hambre, les parecía ahora insípido. Dios había acudido en diversas ocasiones para socorrerlos, dándoles alimento y agua, pero ellos se quejan.

Aquí vemos una imagen clara de lo que puede sucedernos a nosotros. Hemos sido liberados y, a pesar de ello, nos quejamos por las dificultades con que nos encontramos. La vida cristiana, que es un caminar no siempre fácil, se nos antoja un inconveniente. Olvidamos de dónde venimos y hacia dónde vamos. No es extraño, entonces, que todo se vuelva complicado.

En esa situación de murmuración, que indica que los males ya no sólo están fuera sino que se han interiorizado, aparecen las serpientes venenosas. El pueblo añora la esclavitud (signo de la vida bajo el pecado), porque no soporta una libertad en la que ha de comprometerse. Dios los ha salvado, pero ellos han de caminar para conquistar, con la ayuda de Dios, los bienes que se les promete. Pero prefieren la esclavitud ante la exigencia del bien. Entonces se desmoronan interiormente. Eso es lo que indica la murmuración y el dolor por haber abandonado Egipto. En esa situación, en la que dudan del amor de Dios y no agradecen lo que ha hecho por ellos, se presentan las serpientes, que son mortales.

Si la esclavitud simbolizaba el pecado, la murmuración implica el rechazo de la misericordia. Es decir, menospreciar el amor de Dios que nos salva y decirle que preferimos vivir sin su gracia. Ello conlleva la muerte espiritual. ¿Es ese el final?

La lectura nos muestra que aún en esa situación Dios no deja de compadecerse ni de Israel ni de nosotros. A la confesión del pecado sigue la salvación, que allí fue una serpiente de bronce elevada como estandarte y para nosotros es la Cruz de Cristo. Muchas veces puede parecernos injusto el camino por el que Dios nos conduce. La vida cristiana se nos puede hacer cuesta arriba. Lo más grande, sin embargo, ya ha sucedido. Dios nos ha salvado. Para conocer sus designios hemos de abrazarnos a la Cruz del Señor, en la que late su amor infinito, manifestado en un absurdo que es dar su vida por nosotros. Ante ese misterio todas nuestras dificultades palidecen hasta desaparecer.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid