San
Mateo 18, 12-14:
El corderito

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Isaías 40, 1-11; Sal 95. 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13-14; Mateo 18, 12-14

“Con este pelo tan duro, jamás se le caerá”- me decía hace unos pocos años el peluquero- y una sonrisa vanidosa afloraba a mis labios. Ahora el que se sonríe es mi peine, que trabaja menos que el sastre de Tarzán. Bendito peluquero. Me horroriza pensar que me hubiese dicho: “Huuu, usted calvo en tres años”. A lo mejor me hubiera preocupado y andaría echándome potingues en el cuero cabelludo y dudando si usar gomina o “Super-glu”. Quizá hubiera mirado con tristeza cada pelo que se quedaba en el cepillo y lo hubiera guardado como mi más precioso tesoro. Pero no, ahora estamos como estamos. Reconozco que, con los años, he acabado reparando poco en mí mismo, y que me da bastante igual lo que piensen los demás. Mucho o poco pelo, tanto da. Además así, tal y como luzco ahora, eres más fácil de identificar: -¿Has visto a ése?. – ¿Quién? –El Calvo. – Ah sí, estaba aquí hace un momento…
< “Grita”. Respondo: “¿Qué debo gritar?” “Toda carne es hierba y su belleza como flor silvestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sople sobre ellos; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.”>. Hoy ante esto muchos se escandalizarían. Parece que Dios estuviera a punto de hacer un casting para ver quién entra o no en el cielo. Están tan preocupados de mirarse a sí mismos que son incapaces de mirar a los demás y mucho menos a Dios. No escuchan el “Aquí está vuestro Dios”. No sólo me refiero a los que pasan horas en el gimnasio o ante el espejo, sino también a los que son incapaces de reconocer su pecado, los que niegan su alopecia espiritual y quieren parecer justos y buenos ante los demás. Lo peor de ellos es que además se lo acaban creyendo. Si no te sabes pequeño y pecador la Redención te sobra. No puede uno caer en la ingenuidad o la vileza de presumir del pecado cometido, pero tampoco ocultarlo, como hace el avestruz, o creyéndose impecable.
A veces me da por pensar que todo esto ocurre seguramente por salir poco al campo. Leemos en el Evangelio “Suponed que un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una”. Y en seguida uno piensa en el corderito de Norit. Tan blanquito, tan limpio, tan adorable. Es un corderito con cara de buena persona. Si me pidiese quinientos euros se los daría con toda paz; es un corderito del que te puedes fiar. Haz un ejercicio: Este fin de semana sal al campo, busca un rebaño de ovejas y acércate a verlo. De lejos es bonito. Si te aproximas más seguramente te salga un perro y te ladre ( a no ser que tengas la misma cara del corderito de Norit). Una vez que el pastor llame al perro y pierdas el miedo, lo primero que notarás será el olor. El dicho “hueles a oveja” no es creación de Chanel. Luego pisarás los excrementos. Sí, son redonditos, no es una plasta enorme, pero son excrementos, te gusten o no. ¿Y la ovejita? Un campo de parásitos, garrapatas, pulgas y mil bichitos más. La lana, unos pegotes desiguales que rodean calvas más grandes que la mía, llena de barro y suciedad. El corderito de Norit no tiene cabida en ese grupo.
Sin embargo el pastor está orgulloso de su rebaño. Conoce a cada oveja (no sé por qué extraño método) por su nombre, sabe que están sucias, pero las quiere y las cuida.
Así es tu Padre del cielo. No te va a querer por tu cuerpo o tu aspecto o porque seas un “cristiano de anuncio”. Te buscará siempre porque es tu Padre y te quiere. No te creas demasiado digno para codearte con pecadores y te alejes del buen pastor. María te enseñará a comprender que a todos se nos llama por nuestro nombre (aunque con todos los pecados del mundo) y a no separarte del buen pastor, que ha dejado todo por buscarte y encontrarte.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid