S
an Lucas 1, 26-38:
Acabando por el principio

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Terminó la octava de Pascua, quedan muchos días de tiempo Pascual por delante, pero esos ocho días en que resuena de manera especial la resurrección de Cristo, han terminado. Y no podía terminar con mejor colofón, con la fiesta de la Anunciación del Señor (trasladada por caer en la octava). La resurrección pone el sello definitivo a aquello que anunciaron los profetas, la corona al anuncio del ángel a nuestra Madre la Virgen. Lo que nuestros padres esperaron, lo que el pueblo elegido anhelaba, a lo que la naturaleza entera expectante ansiaba, es hoy una realidad.
La unidad de la encarnación y la resurrección es evidente. La segunda persona de la Santísima Trinidad asume la carne humana, y esa carne ha sido glorificada. No es solo que Dios se acerque de una manera única y singular a los hombres, sino que el hombre ha sido capacitado, por Gracia, a compartir la vida divina de una manera singular y única. Dios, en cada uno de sus pasos, nos sorprende y supera con mucho las expectativas que pudiéramos tener. Me gusta pensar que hasta la Virgen, que intuía en su alma en Gracia de una manera singular el designio de Dios, se asombra ante la maravilla de la misericordia de Dios con los hombres. Es bueno asombrarse, Dios tiene que asombrarnos cada día. Cuando perdemos la capacidad de asombro perdemos, en cierta manera, nuestra capacidad de acercarnos a Dios. Si pudiésemos predecir, controlar y manipular a Dios a nuestro antojo entonces, seguramente, es que nos estamos acercándonos a nosotros mismos y no al Señor.
Ante el asombro por la maravilla de Dios sólo cabe la respuesta de la Virgen: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra.» “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.” Cuantas veces le pedimos a Dios esto o lo otro, le sugerimos lo que tiene que concedernos, pero que pocas veces le decimos: ¡Haz de mí lo que quieras!. Nos parece natural que el enfermo pida la salud, el pobre la riqueza, el pecador la virtud y nos puede parecer heroico que abracen la enfermedad o la pobreza unidos a Cristo y que vuelvan su corazón para enamorarse sólo de Él. Abandonarnos en manos de Dios implica fiarnos plenamente de Aquel que nos ama más de lo que podemos imaginar y, ten la seguridad, de que Dios no defrauda. Lo que creíamos que sólo era fuente de dolor, de sufrimiento y de muerte se convierte en fuente de vida. Donde sólo veíamos la debilidad del pesebre o del Calvario encontramos hoy la salvación del género humano, tu salvación y la mía.
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Ni el político más habilidoso habría trazado una “hoja de ruta” para la salvación de la humanidad como Dios lo hace. Sin duda nos hubiéramos dejado llevar por la impaciencia, por las demostraciones de poder o el deslumbramiento. Dios nos ilumina con la humildad y nos arrolla con su misericordia. Es el misterio de Dios que se ha revelado a los sencillos y a los humildes y se ha ocultado a los sabios y poderosos. Desde el principio está presente la victoria de Cristo, el final nos muestra la maravilla del comienzo.
María representa a toda la humanidad que recibe el anuncio de las maravillas que Dios nos tiene reservadas, dejemos que nos asombre.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid