San Lucas 2, 22-32:
A la hora del sufrimiento

Autor: Arquidiócesis  de Madrid 

 

Malaquías 3, 1-4; Sal 23, 7. 8. 9. 10 ; Hebreos 2, 14-18; San Lucas 2, 22-32

“Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella”. Uno de los dramas más grandes de la humanidad es el del sufrimiento. Se trata de un misterio al que se ha intentado dar respuesta de mil maneras a lo largo de los siglos. Nos interrogamos acerca de aquellos que, sin merecerlo, sufren persecución, hambre, injusticia, dolor… o muerte. Incluso, en ocasiones, somos capaces de preguntarnos cómo puede Dios permitir semejantes situaciones. Sin embargo, no hace falta que indaguemos mucho en la vida de Jesús para descubrir que si alguien verdaderamente sufrió fue Él. Entonces, ¿cómo Dios permitió que trataran a su Hijo de semejante manera?

Casi todas las mañanas suelo desayunar en la misma cafetería; y casi todos esos días se acerca una mujer mayor a pedir una limosna. Se aproxima con su viejo cazo de hojalata en el que hay algunas pequeñas monedas, y con la mano temblorosa da las gracias cuando mi amigo Paco le ofrece unos céntimos. Sientes en tu interior una sensación de impotencia, y a la vez no desearías que se te acercara, sobre todo cuando sorbes el café caliente o muerdes la barra de pan con tomate y aceite… Pero también está Mario, un joven delincuente que ha estado varias veces en la cárcel, y que ahora se pasea por nuestra plaza: “¡Hola Padre, hoy me toca!”; y le das el euro correspondiente, o bien, “hoy no llevo, mañana te daré”. Estas escenas se repiten constantemente, y uno se pregunta: ¿qué puedo hacer?, ¿no se lo habrán merecido?, o murmullas un “¡que me dejen en paz!

Es importante ver al Señor y observar de qué manera atendía a todos aquellos que acudían a Él. Es evidente que hizo muchos milagros, curó enfermedades y dio de comer a miles de personas en la multiplicación de los panes y de los peces. Pero, ¿fueron curados todos los hombres?, ¿desapareció el problema del hambre en la tierra?… Más bien, Jesús recordó a sus discípulos que “pobres” los habría siempre. Y el primer ejemplo fue Él mismo: fue considerado como un criminal, sufrió cuarenta azotes menos uno, y murió crucificado de forma ignominiosa.

“Porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Jesús recordará a sus discípulos, una vez hubo resucitado, que era necesario que ocurriese todo eso, y que quizás ahora no lo entenderían, pero llegaría el momento de saberlo. ¿Tú y yo lo hemos comprendido?… ¿Somos capaces de entender la provisionalidad de todo lo que poseemos?

A la hora del sufrimiento nos evitaremos multitud de problemas cuando seamos capaces de aceptar la invitación del Señor: “Venid a mi los que estáis cansados y agobiados”. No existe otro camino. Así pues, tanto en el dolor ajeno como en el personal la única medida es Cristo: ¡Él ha pasado por ello antes que nosotros!; ¡Él ha asumido nuestra condición hasta dar la vida por ti y por mí!

… Y mañana, cuando Paco vuelva a darle una moneda a esa pobre anciana, o me encuentre una vez más con Mario, sabré que además del sufrimiento humano existe un silencio divino que grita a través de esos rostros: ¡almas!, ¡almas!; Dios tiene sed de almas.