San Marcos 3, 31-35:
Las Telenovelas

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23, 7. 8. 9. 10 ; San Marcos 3, 31-35

“Romualdo-Félix tengo que decirte una cosa… tu padre es en realidad, … ¡tu hermana pequeña!.” Creo que me falta el gen específico para engancharme a las telenovelas, pero por lo que oigo a mis feligresas tele-adictas cualquier día dirán esta frase en alguna de ellas. Antes se ponían las horas de reunión con mujeres a la hora del fútbol para que tuviesen a los maridos ocupados; ahora que hay fútbol a todas horas hay que estudiar la guía de televisión para que no coincida con ninguna teleserie o programa del corazón (que es casi una misión imposible), ya que perderse unos cuantos capítulos supone rehacer una intrincada trama de relaciones familiares y ponerse al día todo un reto, porque el que era padre no lo es, la madre es la abuela, el primo golfo se ha transformado en heredero de una tía perdida en Brasil y la niña pequeña contrae matrimonio por cuarta vez; o sea que siempre acabas preguntándote, con cara de bobo, quién es quien..

“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?.” No es que nuestro Señor estuviese enganchado a “Esmeralda y Rosalinda” y hubiera perdido el norte, la respuesta la da a continuación para que nosotros no seamos los desorientados: “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.” Esta gran noticia sería suficiente para que saliésemos a la calle danzando felices como David ante el Arca “con todo entusiasmo”. Cumplir la voluntad de Dios no nos convierte simplemente en “buenos”, nos hace familia de Dios, hijos suyos, hermanos de Cristo. Nuestro Dios no es el señor feudal que trata con cierta benevolencia a sus súbditos, es un padre que nos trata como hijos, algo que nunca hubiéramos podido imaginar en nuestras fantasías más delirantes, ni aún en los sueños de grandeza más sublimes, “ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” ¡y lo dice el Hijo de Dios!.

Sin embargo, hay quien se quiere perder los capítulos de esta maravillosa novela de la vida de los hijos de Dios. El pecado nos hace perder esta relación con Dios y sentirnos excluidos de esta maravillosa aventura de seguir a Cristo. Como quien retoma una telenovela tras perderse varios capítulos ya no sabe quién es quién y, sobre todo, no sabe quién es él mismo. Cambia el reparto y el que era hermano de Cristo pasa a ser hermano del diablo, primo de sus pasiones, madre de su orgullo y enemigo acérrimo de su mejor amigo: Dios. El pecado hace que no sea el Espíritu Santo el guionista de nuestra vida porque dejamos que la dirección la lleve un escritor pesimista y frustrado que siempre pergeñará un final trágico para la existencia del protagonista de esa vida que eres tú mismo.

Cristo no es un realizador celoso, en el momento en que te dejes, que se lo pidas con humildad y realices una buena confesión, en cuanto te decidas a cumplir la voluntad de Dios, volverá a tomar las riendas de tu vida, volverás a ser hermano de Cristo, retomarás tu sitio en la historia de tu existir y, después de muchos capítulos, llegará el fin gozoso del abrazo del Padre y el Hijo.

María nunca dejó que otro dirigiese su vida, sólo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo marcó su papel en la vida y jamás rechazó el guión que Dios puso en ella. Pídele consejo y verás como aparece una sonrisa tras las conocidas palabras “THE END.”

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid