San Juan 8, 12 20:
Perseguir al inocente

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Daniel 13,41c 62; Sal 22, 1 3a. 3b 4. 5. 6; San Juan 8, 12 20

Desanimarse puede parecer algo muy humano, pero también es algo poco cristiano. ¿Por qué, cada vez con más frecuencia, nos encontramos con personas sometidas a tantos altibajos? Estoy convencido de que esta sociedad, donde la información transcurre tan vertiginosamente, nos “engulle” en una dinámica donde no es fácil asimilarlo todo. No resulta sencillo procesar tantos datos ni discernir lo que es importante. Da la impresión de que quien gana la batalla es aquel que se adelanta con lo más impresionable, aunque sea falso. La difamación y la calumnia, por ejemplo, andan por sus desafueros, y es fácil condenar sin pruebas, a través de los medios de comunicación, con tal de que esa impugnación produzca sus beneficios económicos. Ahora bien, no pensemos que ese tipo de situaciones sea algo novedoso. Siempre se han cometido injusticias…

“Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí”. La pobre Susana, en el relato de hoy del libro de Daniel, es acusada falsamente por un par de “viejos verdes”. La narración no tiene desperdicio alguno. La historia termina bien, pues los ancianos son descubiertos en su mentira, y el honor de la mujer restablecido. ¿Qué ocurre, en cambio, cuando las cosas no acaban bien, y triunfa la impostura?… Pues, que nos llega el desánimo. ¡Claro!, a uno le dicen que no se preocupe, que lea el salmo de hoy… y tranquilo: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”. ¿Es que me puedo refugiar en unas palabras bonitas?, ¿Cómo podemos no perder el ánimo ante tanta injusticia?… ¿Qué hace Dios al respecto?

En primer lugar, aunque sean tiempos dificiles los nuestros, son los que nos ha tocado vivir y, por tanto, hay que descubrir los signos que se esconden detrás de ellos. Y esto no es ninguna tontería. Las cosas nunca ocurren “porque sí”, y siempre hay un sentido profundo en todo lo que pasa alrededor nuestro, y en el interior de cada uno. Discernir esto es, precisamente, lo que un cristiano tiene la obligación de trabajar. Los medios que tenemos son innumerables, pero quizás el más importante sea nuestra oración personal. Saber hacer abstracción de las cosas que parecen influenciarnos, para centrarnos en lo esencial, es decir, en nuestro trato con Dios, y que nos hará rechazar aquello superfluo y que, en tantas ocasiones, nos hace perder tanto tiempo.

“Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es válido”. Jesús, que se anuncia como la luz del mundo y la luz de la vida, es perseguido. Su testimonio, que es la verdad, no se ajusta con los intereses de los poderes de su tiempo. Lo sorprendente es que, a pesar de sus palabras y milagros, se empeñaran aún más en llevarlo a la muerte. El evangelista, sin embargo, nos recuerda que áun no había llegado su hora… “Y nadie le echó mano”. Nos escandalizan muchas situaciones que nos toca vivir u observar, pero olvidamos facilmente que Cristo ya pasó por ellas, y no sólo de pasada, sino implicándose hasta el final… por ti y por mí.

¿Qué hace Dios al respecto?, nos preguntábamos anteriormente. Pues, ya ves, morir en la Cruz. Y tú, ¿qué haces al respecto? Pregúntatelo, mirando a los ojos de la Virgen, y quizás obtengas una buena respuesta.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid