San Juan 1,35-42:
Uno de los peores males

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

san Juan 3, 7-10; Sal 97, 1-2ab. 7-8a. 8b-9; san Juan 1,35-42

Hoy, la primera lectura de la carta del apóstol san Juan, en la Misa empieza así: “Hijos míos que nadie os engañe”. Hay todo un deseo, me atrevería a decir que vehemente, por parte de Dios, de que nadie nos engañe. Un deseo a que no nos engañen que se remonta al principio de los tiempos.

Es lógico, porque con la mentira empezaron todos los males del hombre. Eva y después Adán, fueron engañados por el diablo: “quien comete pecado -seguimos leyendo en esta primera lectura- es el diablo, pues el diablo pecó desde el principio”.

No sé si desde entonces, o como consecuencia de las constantes mentiras que el diablo ha inventado para seducir y engañar al hombre con el fin de apartarlo de Dios, es por lo que al diablo se le ha llamado “padre de la mentira”, es decir, progenitor, origen, engendrador de la falsedad. También por eso podemos decir que el mismo San Juan que es el que hoy nos propone esta lectura en la Misa, sea el que nos diga que “la verdad os hará libres” es decir, Dios nos hace libres; el diablo es el que nos hace esclavos: de las pasiones, de las codicias, esclavos de las mentiras.

Lo de la mentira está mal; está mal que se las digamos a otras personas: que les mintamos. Pero el peor mal es la mentira para con uno mismo: engañarse. Y así volvemos al principio de esta carta de San Juan: “hijos míos, que nadie os engañe”.

Engañarse así mismo. He aquí el mal de los males: “no pasa nada por hacer eso”; ¡Cómo me voy a condenar por no ir a misa los domingos!, ¡qué tontería!”; “seguro que no pasa nada por mantener relaciones sexuales con la persona que amo aunque no sea mi cónyuge todavía”, y con estas “mentiras” o parecidas, el hombre se quiere engañar. Se engaña cuando conocedor de los Mandamientos de la Ley de Dios dicen lo contrario a esos ejemplos que hemos puesto o, en general, cuando “opinamos” de modo contrario a lo que Dios nos ha dicho en su Ley suprema para los hombres, entonces, estamos, como Adán y Eva, dejándonos engañar por el padre de la mentira. Ciertamente no se nos aparece el demonio en forma de serpiente susurrándonos al oído estas mentiras. Pero “nos vienen a la cabeza” esos pensamientos que -contrario a lo que Dios nos ha dicho- damos cabida y seguimos sus insinuaciones hasta creer más a ellos -a nuestros pareceres y opiniones, a lo que nos viene a la cabeza- que a lo que oímos y sabemos se nos dice de parte de Dios.

Fíjate que hay unas palabras maravillosas de Isabel, la prima de la Virgen María, que estos días de Navidad tienen quizá el contexto más apropiado para ser citadas, que son las que le dijo a la Virgen en cuanto ésta apareció en su casa después de que le anunciara el Ángel que iba a ser madre de Dios. “Bienaventurada tú -dice Isabel a nuestra Madre- que has creído todo lo que se te ha dicho de parte de Dios”. Ella sabe que en Dios está la verdad, por eso se lo cree todo de Él. Pero no de quien -de creerlo- nos apartaría de Dios, porque seguir esos consejos, de otros o de nuestros propios pensamientos, serían seguro pensamientos o consejos que provendrían del “padre de la mentira”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid