San Marcos 3, 22-30:
A la hora de la muerte

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Hebreos 9, 15. 24-28; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6; Marcos 3, 22-30

Hablar de la muerte para algunos resulta un tanto desconcertante, y para otros un tema tabú. Ayer, por ejemplo, tuve que decir una Misa por un familiar difunto en uno de los tanatorios de Madrid. Al terminar la Eucaristía, y después de rezar un responso antes del traslado al cementerio, uno de los familiares, un hombre joven y casado, se acercó a mí y estuvimos hablando un buen rato. Me decía que eso de la muerte era algo que no podía aceptar de ninguna de las maneras, pues era algo irracional que nada tenía que ver con las vidas de hombres y mujeres que, tras largos años de luchas y sinsabores, han podido llevar a cabo algunos de sus planes y, de pronto, todo se acaba. Yo le dije que él era joven, y que tenía toda una vida por delante. Volvió a insistir diciendo que también él vivía en la incertidumbre de que en cualquier momento podría sobrevenirle una desgracia y, por tanto, sus proyectos y los de su mujer, irían al traste. En definitiva, ¿por qué luchar si hemos de morir?

Una vez más, cuando la fe pasa a un segundo plano, todo lo trascendente carece de sentido. Y lo dramático es que cuando absolutizamos lo que es temporal y contingente, aún resulta mucho más absurdo. La carta a los Hebreos nos lo dice muy claramente: “Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio”. El hombre muere para vivir, no para desparecer en un vacío sinsentido. Cuando se ha olvidado que la muerte es fruto del pecado, entonces se pone el corazón