San Mateo 28, 8-15:
Los Ladrones de cuerpos

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Hechos de los apóstoles 2,14.22-33; Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11; san Mateo 28, 8-15

Hace mucho tiempo que no veo esa película clásica de terror de los ladrones de cuerpos, aunque con tantas cadenas de televisión seguro que estará programada cualquier día de estos. El argumento trata de unos extraterrestres (cómo si nos hiciera falta gente de otro planeta para hacer el bestia), que querían invadir el planeta y los muy vainas ponían unas “idem” al lado de la persona que querían clonar y al día siguiente había un ser físicamente igual al susodicho pero mentalmente muy rarito y que entre ellos se comunicaban sus maldades por una especie de telepatía.
“Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. (…) y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy”. Parece un buen antecedente del argumento de la película de la que hablaba al principio: Los apóstoles (hombres que habían demostrado su arrojo y su valor abandonando a Cristo en las horas difíciles) se disfrazan de “Ninjas” para robar cadáveres moviendo discretamente una pesada losa de piedra, mientras los soldados (misteriosamente recompensados en vez de ser suspendidos de empleo y sueldo desde ese momento) disfrutaban de un sueñecillo reparador. No sé si la literalidad de la historia inventada por los sumos sacerdotes tuvo éxito en su tiempo y no voy a meterme a historiador así que saltamos “hasta hoy”.
Hoy a muchos se les ha robado a Cristo, no han conocido nunca y nunca han tratado al Dios encarnado para nuestra salvación, entregado para nuestra justificación, resucitado para nuestra glorificación. Como en la película han conocido una especie de clon de Jesucristo lleno de normas y consejos morales, pero que parece incapaz de pronunciar las primeras palabras que salen de sus labios una vez resucitado: “Alegraos”, “No tengáis miedo”. Nos roban el cuerpo glorioso de Cristo y nos ponen al lado una vaina cuyo fruto es la rutina, la tristeza, el desencanto, las caras largas, la angustia, la depresión, el desconsuelo. Nos quitan a Jesucristo de la historia para convertirlo en un personaje de cuento, en alguien irreal y, sinceramente, a mí no me consuela nada que los tres cerditos se escapasen del lobo.
“No tengáis miedo”, así comenzaba el Papa su pontificado. “No tengáis miedo”, así comienza Cristo resucitado a dar sentido a toda la historia de la Salvación. No tengas miedo desde hoy, desde ahora, desde tu lugar de trabajo o de descanso, desde ahora mismo a decirte en tu interior: “No quiero que nadie me robe la alegría. No estoy dispuesto a que ninguna circunstancia me lleve a no “enterarme bien de lo que pasa”. Me niego a que me cambien la buena noticia que es proclamada por esas santas mujeres, por Pedro –valiente otra vez-, por la Iglesia en toda su historia, ¡hoy!. Renuncio a las falsas imágenes de Dios que me impiden acercarme a la alegría, rechazo a los que me roban a Dios para poner en su lugar un ser anodino, taciturno y triste”.
“Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada”, acercarse a Cristo es acercarse a la alegría auténtica del corazón que ama sin temor, sin miedos. No se nos ahorrarán esfuerzos, mil veces diremos “protégeme, Dios mío, que me refugio en ti” y aun en medio de la más brutal desolación oirás a María, tu madre, que reza serenamente contigo al oído: “Reina del cielo alégrate, aleluya. Porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya. Resucitó como dijo, ALELUYA”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid