San Juan 6, 60-69:
El mal y la Misericordia de Dios

Autor: Arquidiócesis  de Madrid     

 

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Sal 115, 12-13. 14-15. 16-17; san Juan 6, 60-69

El cardenal Ratzinger, en su homilía en la Plaza de San Pedro ante los restos de Juan Pablo II, decía que “el límite del mal sólo puede ser vencido por la misericordia de Dios”. Estoy convencido de que el cardenal alemán tenía en su mente el último libro de Juan Pablo II: “Memoria e identidad”. El Papa hace “balance” de su propia vida, su experiencia como intelectual y pastor, pero con un matiz muy singular: ¿cómo ha iluminado Dios esa historia personal?… ¿cómo fue adquiriendo conciencia de la identidad con la que el Señor quería dejar su impronta divina? Lo singular del libro, sin embargo, reside en que Juan Pablo II ha querido confrontar su vida con la coexistencia del bien y el mal.

La primera tentación del lector sería pensar que se plantea un problema maniqueo, es decir, ¿es posible que actúen al mismo nivel lo bueno y lo malo? Pero el Papa lo resuelve de manera inmediata: El bien siempre se sitúa al comienzo. El hombre no ama a Dios porque es bueno, sino que Dios nos amó primero porque su misericordia es infinita, y el ser humano podrá participar de la bondad de Dios. Sólo entonces es posible hablar del mal. Es el hombre quien, voluntariamente, rechaza ese comienzo de Dios en su vida. Y nos recuerda el Papa que “Dios ha puesto límites al mal mediante su misericordia”. Y aunque el hombre, en el uso de su libertad, pretenda ser autónomo respecto a su creador, al final (como al principio), sólo triunfará el bien. Este planteamiento de las cosas, más que llenarnos de optimismo, nos ha de empapar de esperanza, que es verdaderamente la virtud cristiana (teologal) que le corresponde… Lo demás son cuestiones que pasan a un segundo plano, porque si no está iluminado de lo divino acabará en nada.

“Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”. Cuando Dios nos habla no se trata de una opinión más, sino que es un aldabonazo a la conciencia personal, la tuya y la mía. Eso se llama actuar en verdad. Lo patético es reducir toda la vida divina en el hombre a meros principios teóricos (eso ya ha sido ensayado por tantas ideologías, tal y como señala el Papa en su libro). Lo esencial es que la apertura del hombre a la verdad y el bien se “encarnen” en el “día a día”… que sean “espíritu y vida”.

“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Nuestro drama personal es que oímos al Señor, pero no lo escuchamos. Nos llegan rumores acerca de lo que nos conviene para ser plenamente felices, pero lo dejamos a la deriva de nuestras confusiones e indecisiones. Es decir, además de ser el bien un don que hemos recibido de Dios, es necesario, por nuestra parte, “remar mar adentro”, más allá de nuestros intereses y egoísmos, y dejarnos llevar por el timón del perdón y la misericordia divinas. No podemos ahogar nuestra vida en fangos que hieden a muerte y destrucción. Sólo podemos acudir a Cristo y, desde Él, construir nuestra vida y ayudar a que en el mundo reine el amor de Dios. ¿Cómo? Con ternura, con sacrificio, con renuncia, con oración… con mucha más oración.

La Virgen estuvo atenta a los planes de Dios, porque supo escuchar con atención en qué consistía su misión. Una vez que hayamos dicho “¡sí!”, aunque naveguemos en medio de grandes temporales y oscuridades (el mal que se practica en este mundo… nuestros propios pecados), sólo podremos dejarnos guiar por la “estrella” de la infinita misericordia de Dios… Cristo ha resucitado y, por ende, ha vencido al mal y a la muerte.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid