San Juan 10, 22-30:
Encontrarnos con Cristo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid     

 

Hechos de los apóstoles 11,19-26; Sal 86, 1-3, 4-5. 6-7 ; san Juan 10, 22-30

“Como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor”. Este es el deseo de toda la Iglesia respecto al nuevo Papa. Como los apóstoles en el Cenáculo, pero sin miedo, toda la Iglesia reza para que el Cónclave dé como fruto la voluntad de Dios. Todos los cristianos somos seguidores de Jesús y, además de esta búsqueda, hemos de intensificar nuestro encuentro con Él. Por eso, el cardenal Ratzinger decía ayer en la Misa Pre-Cónclave: “Jesucristo es la Misericordia Divina en persona, es decir, encontrar a Cristo significa encontrar la misericordia de Dios”. Hay que dar muchas gracias a Dios por esta actitud tan sobrenatural por parte de los electores del Sumo Pontífice. Además, identificar esa bondad con el sufrimiento de Cristo nos hace poner en el lugar adecuado el fin de nuestra vida.

“La Misericordia de Cristo no supone una banalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y en su alma todo el peso del mal, toda su fuerza destructiva, abrazando y transformando el mal en el sufrimiento, en el foco de su amor sufriente”. Estas palabras del decano de los cardenales, no son solamente consoladoras, sino que nos ponen delante la propia realidad humana (de todo hombre y mujer en el mundo entero… en el pasado, en el presente y en futuro) que asume Cristo. ¡No podemos decir nunca más que estamos solos!… Dios está más íntimamente unido a cada uno que nuestras propias miserias. No tengamos la cobardía de huir del sufrimiento cuando llegue el momento (porque a todos, de una manera u otra, siempre llega), seamos capaces de abrazarlo. Y cuanto más estemos tocados de la Misericordia de Dios, tanto más entraremos en solidaridad con su sufrimiento. Debemos disponernos a “completar en nuestra carne”, tal y como nos dice San Pablo, “aquello que falta a los padecimientos de Cristo”.

“Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi”. El encuentro con Cristo exige un desprendimiento tan grande de nuestro “ego”, que sólo es posible realizarlo desde la confianza en las palabras de Jesús. Pero no se trata de un fideísmo a ciegas, sino, tal y como dijo el cardenal Ratzinger en su homilía de ayer, “de la medida en la ‘plenitud de Cristo’, al cual estamos llamados para llegar a ser realmente adultos en la fe. No debemos permanecer niños en la fe, en estado de minoría de edad”. Porque la inmadurez, el estar a la deriva de la mentira y de las ideologías, sí que nos hace perder el rumbo de nuestra unión con Cristo.

“Yo y el Padre somos uno”. Esta es también la unidad de la Iglesia, de la que estamos siendo testigos estos días. Una vez más, todos somos responsables de custodiar esa unidad, para que ese encuentro con Cristo permanezca en todo momento. Por eso, podemos hablar de la belleza de la Iglesia, Esposa de Cristo, que ha ido engendrando durante siglos hijos para Dios.

Pidamos con insistencia a Nuestra Madre la Virgen que nos haga maduros en la fe, pidiendo por el nuevo Papa que ha de guiarnos con mano segura y firme. Es la perfecta garantía en este hermoso camino para la salvación de tantas almas que, sin saberlo, tienen “hambre” de Dios… ¡No podemos quedarnos atrás!

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid