San Juan 3, 1-8:
Dios no trabaja en Philips

Autor: Arquidiócesis  de Madrid     

 

 

Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2, 1-3. 4-6. 7-9; San Juan 3, 1-8

Comprendo el estupor de Nicodemo cuando escuchó aquellas palabras de Jesús: “Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Estamos demasiado acostumbrados a las reparaciones, a los arreglos de última hora, al pegamento y al ‘tipex’. Cuando algo funciona mal, lo llevamos al técnico de turno para que nos haga un “apaño”, y conseguimos poder seguir utilizándolo durante un tiempo… Pero lo cierto es que hay una distancia casi infinita entre lo “reparado” y lo “nuevo”. Desde que, hace dos semanas, el monitor de mi ordenador dejó de funcionar correctamente, los técnicos de Philips me han proporcionado dos monitores “reparados” que han conseguido que eche en falta al que yo compré, y que su avería me parezca un hermoso lunar en comparación con el estado de estos artefactos “arreglados” por unos técnicos.
Sé que a muchos les hubiera gustado un Dios “Philips”, aunque, a buen seguro, con mejor hacer. Dada la terrible avería que el pecado original ha infligido en la Naturaleza Humana, y por la cual han hecho su aparición en el horizonte del hombre el dolor y la muerte, a muchos les hubiera gustado llevar la Naturaleza Humana a reparar: Toqueteando un cable por aquí, otro por allá, Dios hubiera eliminado, con absoluta perfección (¡para algo es Dios!) estos dos inconvenientes tan molestos: “¡Tenga usted!” -hubiera dicho-”aquí tiene a su Hombre, ya reparadito. Le aseguro que no volverá a sufrir más; se acabaron los crímenes, las muertes de los inocentes, los terremotos, los dolores de cabeza, el cáncer y hasta el ‘Gran Hermano!’. Eso sí, tenga cuidadito de tratarlo bien en adelante, no se le vaya a estropear de nuevo, que ya ha visto usted lo frágil que es esta especie”… Pero no eran esos sus planes.
Cuando Dios contempló el deterioro que en la Naturaleza Humana había causado el pecado, tomó una decisión a su altura: “todo lo hago nuevo” (Ap 21, 5). Encarnado por Amor, asumió el destino del hombre, y padeció hasta el final las consecuencias del pecado para que ningún hombre se sienta solo en su dolor. Y, destruida en la Cruz la antigua condición humana, resucitó a una Vida nueva, libre ya del sufrimiento y la muerte, para poder ofrecernos esa nueva condición. Así, cada vez que un niño se bautiza; cada vez que un cristiano acude al sacramento del Perdón, no sale de allí con una grapa en el alma o un pegote de ‘tipex’ sobre su antiguo pecado. Más bien, muere allí, con Cristo, un hombre viejo, y nace a la vida un hombre nuevo. De algún modo, estrenamos alma cada vez que confesamos nuestras culpas. Hombre nuevo, mandamiento nuevo, cántico nuevo… Todo es nuevo en Pascua. Y, María, la mujer nueva, es anticipo de la Nueva Humanidad, la que nacerá el día en que resuciten los muertos, y también nuestros cuerpos se asocien a esta Nueva Creación. Eso llegará. Pero, entre tanto… ¿conseguiré yo un monitor nuevo, en lugar de un cuarto monitor “reparado”? Me temo que no. Philips no es Dios. Y se nota.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid