San
Juan 13, 16-20:
La invitación de Cristo... y nuestro rechazo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Hechos 13, 13-25; Sal 88, 2-3. 21-22. 25 y 27; Juan 13, 16-20

En este tiempo de Pascua, siempre es bueno recordar momentos entrañables que nos llenen de gozo, y más, si se trata del Señor. De esta manera, el pasaje del Evangelio de hoy nos sitúan en ese momento de la Última Cena, en la que Jesús abre su corazón para revelar a sus discípulos hasta qué punto llegaba su amor por nosotros. Se trata de una invitación a participar en su intimidad: “Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía”… ¡la misma que Él tenía con su Padre!
Darse cuenta de esa actitud de Cristo hacia ti… y hacia mí, no es cosa fácil. Estar “acostumbrados” a convivir de forma tan cercana con los misterios de Dios, puede, en más de una ocasión, llevarnos a una cierta desgana o a una rutina, porque “no notamos nada”. Seguimos poniendo nuestra confianza en lo superficial y efímero, en la satisfacción de un placer pasajero, o en la opinión de otros.

Por un lado, enarbolamos la bandera de nuestras creencias (siempre en nombre de Dios) ante los desatinos que nos rodean (juicios, críticas, la sociedad que nos rechaza, ese gobierno que nos acongoja, etc.) y, por otro, allí en lo más íntimo de nuestro ser, nos sentimos prisioneros en medio de dudas e inseguridades.

Sin embargo, las palabras de Jesús siguen siendo las mismas: “dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Olvidamos que los “criterios” de Dios no son los del mundo, y que aquello que suponemos sería la solución a nuestros problemas, para Él es la más burda de las basuras. En definitiva, rechazamos las sugerencias del Espíritu Santo, para adentrarnos en la misma dinámica de aquellos que han vuelto la espalda a Dios… y perdemos la Esperanza.

Estoy convencido de que Judas estuvo lleno de grandes y buenas intenciones… pero eso no basta. Para ser amigo de Cristo, además de aquello que se supone (lo bondadosos que somos, por ejemplo), hay que morir, ¡en todo momento!, a nuestro orgullo, vanidad, soberbia, pereza… que nos impiden ver el verdadero rostro de Jesús, que fue besando cada uno de los pies de sus discípulos para mostrarnos el camino de la verdadera felicidad: el olvido de sí mismo.

“El que compartía mi pan me ha traicionado”. Rechazar a Cristo es fácil. De hecho, lo hacemos constantemente, aunque no nos lo creamos (¡cuántas veces nos ha venido la excusa de decir: “bastante tengo con la cruz que me ha tocado”). Y así, la amargura y la tristeza se apoderarán, una vez más, de nuestro corazón.

¿Cuál es la respuesta de Jesús?: “El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”. ¡Anda!, haz una buena confesión, y cuando acudas a recibir el Cuerpo de Cristo, recuerda que recibes al mismo Dios, a Aquel que envío a su Hijo para dar su vida por ti y por mí. La Virgen, que llevó a Jesús en sus entrañas, también te llevará a ti para que renazcas a la Vida con Él… y para siempre.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid